Romualdito.

No es que fuera dormilón, es que si se levantaba rápidamente se mareaba. Quizá por eso, Romualdo se levantaba a las dos de la tarde. Su madre lo apremiaba siempre: Romualdito, levántate para comer que si no, no te va a quedar tiempo de dormir la siesta. Y, Romualdito, al igual que Lázaro, hacía el milagro, se levantaba y se sentaba a la mesa. Eso sí, sin prisa alguna. La siesta acechaba entre bocados y bostezos.
Si creéis que me estoy inventando al personaje, a Romualdito, estáis equivocados o sois unos mal pensados. Romualdo, Romualdito existió. De mayor alcanzó el título de Don Romualdo y dedicó toda su vida al estudio de ese logro que es el dormir.
Primero durmió como un lirón, y después con el avance de los tiempos, acabó haciéndolo como un koala. Existió al igual que existe Teruel. Vivió en algún sitio, en el que también dormía, y cuando venía a la aldea sus siestas estaban en boca de todo el mundo. Tanto que, no exageraría lo más mínimo, si dijera que Romualdito primero, y después Don Romualdo, administrador de sus propiedades y cancerbero de sus sueños, nunca tuvo tiempo para trabajar. Y aunque, tampoco lo necesitaba, si no lo hizo no fue por falta de voluntad, sino por exceso de sueño.
Sí, Romualdito fue un campeón. Jamás jugó al fútbol, ni tuvo afición conocida. El único vicio sabido de Romualdito era dormir. Puede dar fe cualquiera; y como los de la Costa da Morte somos muy de no meternos en las cosas de los demás, nadie le reprochó nunca absolutamente nada. Además, ¿qué le podríamos haber reprochado sus coetáneos, lo excesivo de su sueño? No hacía daño a nadie, ni nunca tampoco dio murga alguna. Era autosuficiente. A Romualdito por las orejas no le salía cera como le sale al vulgo, a él le salía parné. Y como tampoco daba lata alguna, ni siquiera a la mucama encargada de hacerle la cama, Romualdito vivió y durmió feliz toda su vida.
Por tanto, y si este mundo fuera justo, los politicastros locales bien podrían destinar dinero a la loa y ensalzamiento del antológico Romualdito, y ponerle una estatua, con peana bien vistosa en forma de cama, sobre la cual dormiría plácido el onírico Romualdito el resto de la eternidad. Rey y señor de todos los sueños, porque el mundo es sueño y los sueños, sueños son.
Nota: Va por ti, Romualdito, me han dicho que te has muerto. ¡Enhorabuena! Has alcanzado tu objetivo: no levantarte ni para comer.


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