No hay mañana,
afortunadamente, en la que no observe el mismo fenómeno. Después de amanecer, y
cuando ya el día señorea en lo alto del cielo, bandadas de pájaros recorren la
ciudad de norte a sur. Pueden ser gaviotas en formación cerrada, gráciles
estorninos haciendo arabescos o simples pájarillos que aúnan sus vuelos para ir a
no se sabe a dónde o que quizá, y hoy más que nunca, pueda ser, el comité de
recibimiento de mi tío Juan, piloto de combate.
El fenómeno me sorprende
siempre paseando al perro. Lo observo extasiado y a mí cabeza acude aquella
celebérrima frase: Toda la noche oyeron
pasar pájaros.
La dijo, al parecer,
Rodrigo de Triana tres días antes de gritar como un poseso aquella otra que luego pasaría a la historia: Tierra a la vista.
Lo cuenta Fray
Bartolomé de las Casas, quien abunda y también dice que, que tales cosas están
recogidas en el cuaderno de bitácora que escribió Colón en la soledad de su
carabela.
También me recuerda la
frase, a una novela (que, por cierto, nunca leí) bastante afamada como
desconocida para mí: Toda la noche oyeron
pasar pájaros. La escribió Caballero Bonald, un caballero de las letras.
Sin embargo, no siendo
yo ni Rodrigo de Triana ni aún menos Caballero Bonald, y tampoco siendo el oído
el mejor de los sentidos, al menos todavía conservo algo de vista, y sí que
veo, y además casi todos los días, el extraño fenómeno antes mentado.
La verdad, no sé porque
sucede tal cosa. Pero lo cierto es que, no hay mañana que no lo vea. No sé
porqué los pájaros, las aves y en general todos los seres voladores que en esta
ciudad hay, recorren todas las mañanas, prácticamente a la misma hora, el mismo
camino. Tampoco sé hacia donde van, ni dónde paran. Y aunque, graznan, aúllan y
emiten todo tipo de ruidos, soy incapaz de entender el lenguaje de las aves y
por ende el de las gaviotas se me hace desconocido.
Pero el fenómeno
sucede. Está ahí para todos los que quieran verlo, escucharlo y gozar con su
contemplación. Sin embargo hoy, cuando alcé la vista y miré al cielo, fui
consciente de que los pájaros sonreían y que sus dulces trinos sonaban a algarabía.
Porque, allí al mismísimo Cielo, del que ellos gozan de mejores vistas, acaba
de llegar mi querido tío Juan. Y después de ser recibido con una taza de té,
con unas gotitas de anís del mono, ha dado comienzo una tertulia eterna.
Da recuerdos, tío, y
muchísimos besos para todos. Creo que no exagero, ni lo más mínimo, si digo que
todos os echamos de menos.
Así que, ya nos
veremos, aunque tampoco, y esperemos, haya prisa alguna. Lo escrito, muchísimos
besossssssss.
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