Me enteré por Juanolas
García, un hombre que ahora tiene perfil en Facebook, que cuando murió Manolete
de las Barrosas ya todo el mundo murmuraba por las esquinas sobre él.
Al parecer, y siempre
según Juanolas, las lenguas viperinas del pueblo comentaban que, sí, que
Manolete de las Barrosas era una buena persona, pero que también tenía sus
cosas.
Decían que escupía con
destreza, que siempre usaba boina y que los domingos, a veces, iba al burdel.
Eso sí, matizaban, sólo cuando ganaba el Porteño. Y claro, como el Porteño
ganaba casi siempre, pues, Manolete de las Barrosas se pasaba todas las tardes
del domingo en el Abecedario.
En lo de Mariloli, para
abreviar. Sin embargo, aquellas lenguas viperinas también decían: Manolete de
las Barrosas es el único hombre que se murió dos veces. Una en la Tierra de
muerte natural y otra en el Cielo de muerte sobrevenida a causa de caerse
veintisiete veces sobre un puñal.
Ante lo cual y llevado
por mi idiosincrasia parlanchina, le pregunté a Juanolas García, ¿y la gente cómo sabe que a Manolete de las
Barrosas lo asesinaron en el Cielo? Juanolas me miró y contestó muy
sobrado: porque los ceenses tenemos una
fuente en el Cielo digna de todo crédito.
Como podéis comprender,
mi desconcierto fue absoluto cuando Juanolas se dio la vuelta, y a modo de
despedida entonó la frase que lo había hecho célebre: chao, bacalao.
Pasé tiempo dándole
vueltas a la cabeza sin llegar a resultado alguno. No me explicaba aquel fenómeno,
y lo que es peor: tampoco nadie me lo explicaba.
Así que un día, harto
de vivir en la ignorancia, abordé a mí padre después de comer. Papá, le dije, ¿es verdad que los ceenses tenemos un confidente en el Cielo y que por
esos todos sabemos lo de Manolete de las Barrosas? Mi padre, como buen
gallego, respondió: ¿y a ti quién te dijo
eso? En un pronto, y después de tres años sin haber dicho ni una sola
verdad, creí llegado el tiempo de sincerarme: me lo dijo Juanolas. ¿Qué
Juanolas? Juanolas García. Ahhh, ése Juanolas. Y se quedó meditabundo.
Volví a insistir y él volvió a salir por peteneras: A ese Juanolas no le hagas ni caso, me oyes, ni caso. Es el hijo de
Asunción. ¿Pero es verdad, o no? Puede que sí y puede que no. Yo que sé, estoy
muy ocupado con el dominó para prestar atención a todo lo que se dice, además,
¿no te dijo, también, ése tal Juanolas García que Manolete de las Barrosas era
un putero? ¡Sabrá él!
Mi madre, que parecía
que no estaba escuchando, emitió un alarido: ¡Faustino, por favor! Que cosas le dices al niño. A lo que mi
padre, todo serio, replicó: Sí, encima tú
malcríalo, concluyó poniendo mucho énfasis en el tú.
Unas pocas semanas
antes yo había tenido el disgusto de mi vida. Había abandonado el fútbol, era
un prometedor destripaterrones centro, por falta de afición. Yo creo que
aquella patada en los bígaros tuvo algo de culpa, pero… falta de afición, no se
hable más A consecuencia de aquello, y como tenía mucho ocio por delante,
sopesé la idea de hacerme putero en mis ratos libres. Qué carallo, me decía
para animarme, si Manolete de las Barrosas lo fue y llegó al Cielo, porque yo
no.
Pero cuando salí a la
calle, y me encontré con el hijo de Asunción, ese que no fuma, ni bebe, ni
juega al balón, y se lo dije intentó sacarme de la idea de la cabeza
diciéndome: ¿pero es que tú no sabes lo
que le sucedió a Manolete de las Barrosas? Cáspita, no. O sí, bueno yo que sé,
si sí o si no. Yo lo que quiero es ser putero y punto. ¿Dónde se estudia para
eso? ¿Te haces apuntas a putero conmigo? Ni de broma, ni por un juego de tabas
nuevo haría tal cosa. Y me contó lo que, según él, le había sucedido a
Manolete de las Barrosas.
Como
tú ya sabes, porque lo conociste, Manolete de las Barrosas era un hombre bueno,
amante de su familia y todas esas cosas. Y aunque, es verdad que escupía con un
arte esdrújulo y que se ponía la boina hasta en verano, también es cierto que
por su entrega al puterío el pobre siempre vivió en un ay. No entiendo lo que
quieres decir, hijo de Asunción, repliqué más chulo que
un ocho. (Por cierto, y nota al margen: la próxima vez que me encuentre con el
hijo de Asunción tengo que acordarme que se llama Juanolas García). Pues que siempre estaba canino, y que por
culpa de su devoción dominical siempre andaba a la última pregunta. Ahhhhh,
contesté. Creerme estaba verdaderamente conmocionado, no sabía que ser putero
implicara padecer ese efecto colateral y a mí, como no soy cura y no había hecho
voto de pobreza, esa eventualidad no me parecía nada favorable.
Me decepcioné tanto que
ese domingo hice pellas (por cierto, en Cée a eso le llamábamos hacer la
gatada) de la iglesia.
Como tenía tiempo libre
antes de comer, me fui a jugar al guá al relleno. Cuando hube ganado catorce
pesetas, a peseta la partida, doce para el cine de Jiménez y dos para tabaco,
me fui a comer.
Llegué tarde, y mi
madre molesta por la tardanza me espetó a bocajarro: ¿Fuiste a misa? Sí, mamá. ¿De
qué color llevaba hoy la casulla don Antonino? Verde, mamá, dije con toda
seguridad, no en vano había consultado el misal antes de salir de casa. ¿Y entonces cómo es que no te vi? La miré
benévolo. Mi madre ya me había pillado una vez y desde entonces había aprendido
a ser precavido. Cuando iba a contestar, mi padre se me adelantó: estábamos atrás de todo. ¿Estábamos?, inquirió mi madre. Sí, Lita (Amalia, Amalita, Lita, ese
era el nombre de mi madre). Atrás del
todo, tú hijo, Manolete de las Barrosas y yo. Mi madre se sulfuró y en un
tono más alto de lo normal dijo: Manolete
de las Barrosas murió el mes pasado. Sí, Lita, sí. Una desgracia, mi padre
parecía inspirado, al pobre lo han
enviado de permiso desde el Cielo unos días, todavía están tratando de superar el
infortunio que fue el incidente de su asesinato. Desde entonces, el Cielo ha
perdido mucha reputación. Por cierto, que también dijo que esta tarde se dejaría
caer por el Abecedario, y no va este imbécil- dijo señalándome con su largo
dedo índice- y no le regala catorce
pesetas. De verdad te lo digo, lo malcrías, Lita, lo malcrías.