Reconozco que estas
cosas me dan mucha pereza, pero como el mundo cambia a una velocidad que para
qué, hoy pongo el ojo en la nueva raza de autómatas que se aproxima.
Aunque entre ellos y yo
sólo medie una generación, parecería un abismo lo que nos separa. Claro que
cuando yo nací no había internet y por tanto tampoco existían las enormes
posibilidades de hacer el chorra que hay ahora.
Uff, qué pereza, que
hastío y qué prisa tan grande me acaba de entrar. Así, de repente.
Antes, por ejemplo, también
había artistas. Y muchos. Incluso recuerdo a un escritor conocido, Carlos Casares, de Orense, quien
sostenía que en su ciudad había por lo menos 50 poetas. Poetastros, les llamaba
él. Y para aclarar la cuestión añadía que su ciudad era culta, que su ciudad
era muy leída y que las tertulias en el casino local no serían lo mismo sin la
presencia de tanto bardo.
Sin embargo ahora los
artistas amenazamos plaga. Salir con amigos es salir con artistas. Todos somos
artistas. Nos jubilamos de nuestros frenesís y nos dedicamos a la vida asertiva
del artisteo. Quietud en mi caso ocupado como estoy atándome los machos.
Escribimos, pintamos, dibujamos, hacemos música, elucubramos tragedias griegas,
nos entregamos al macramé, jugamos al ajedrez, y todo lo hacemos
vocacionalmente. Tenemos tanta vocación que los cardiólogos están investigando
cómo nos entra tanta emoción en el pecho.
Somos una plaga que
florece y se extiende gracias a internet.
Eso sí, también
criticamos. Criticamos todo. Crítica de la razón, Pura. Decía Kant a su novia
Pura. Y con razón, por supuesto. Criticamos a los jóvenes, qué gente no hace
nada, no protesta por nada; criticamos a los influencer, menuda pandilla de soplagaitas;
criticamos a los youtuber, y eso qué cojones vendrá siendo; y por criticar,
criticamos todo lo criticable.
Es más, tanto
criticamos que el otro día un amigo, uno de los más queridos y más antiguos,
incluso criticaba a los turistas. ¿Y sabéis qué pasó? Que yo estuve de acuerdo
con él. Y lo estuve, lo estoy y lo estaré por tres razones: primera, yo a los
amigos no los contrarío. Para qué, con arquear la ceja asunto resuelto.
Segunda, estoy de acuerdo con mi amigo. Los turistas somos como la pelagra,
estamos en todos los lados, sobre todo los de Madrí. Y tercera, porque los
turistas siempre van a los mismos sitios.
O sea, igual que mi
amigo, igual que yo, igual que tú e igual que todo quisqui.
Por tanto, y copiando
lo que decían los clásicos contemporáneos para cerrar los debates:
A
los amigos, el culo; a los enemigos, por el culo; y al indiferente, la
legislación vigente.
No se hable más, pues. Procedamos
en autos.
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