TRANQUILO COMO AMANCIO.

Cuando la noticia saltó a la prensa no me lo podía creer. Amancio… dona 320 millones de euros para comprar equipos oncológicos.
¿De verdad?, me pregunté a mí mismo sin poder dar crédito a lo que leía. Porque, a mí me vais a disculpar, pero yo sabía que los jugadores del Real Madrid ganan pasta, pasta gansa, pero tanta pasta… No sé, 320 millones deben ser muchos billetes de Dios.
Además, Amancio, fue un gran jugador del Real Madrid, pero lo fue en los años 60, y en aquellos años se ganaba dinero, pero no tanto como hoy. Bueno, al menos eso creía yo. Aunque, claro, viendo lo del tal Cristiano y lo del Dios Messi, no sé. Cualquiera sabe.
A mí lo que me extraña, y me vais a perdonar otra vez, es la polémica que ha causado la donación esta.
Unos protestan airados: quién se ha creído que es, este lo hace para no pagar impuestos; y los otros contestan crispados: sois más tontos que pichote,, ojalá hubiera más Amancios.
O sea, disparidad de opiniones. Pitos y palmas.
Los que votan PP, Ciudadanos o Psoe apoyan, fundamentalmente, la donación del ex jugador de fútbol. Sin embargo, el votante tipo de Podemos, el de izquierda, el nacionalista y el inquieto dice no. Tal actitud no es aceptable. Es el Estado el que tiene que comprar equipos y el que tiene que velar porque la sanidad sea pública, de calidad y para todos. No hay más. Fin de la discusión.
Y en teoría es así. Debería de ser así. Sin embargo como vivimos en la práctica y no en teoría, en la práctica no es así. Porque el Estado, sobre todo el Pp y Ciudadanos (menos el Psoe), han contribuido de facto los unos y por omisión los otros, al paulatino declinar de nuestra sanidad.
Entonces cuando estaba a punto de dar con el quid de la cuestión y resolver la discusión bizantina de los últimos días reparé en otra cosa: discusión bizantina, dícese de cuando cada parte no puede llegar a probar con aseveraciones sus argumentos a la parte contraria.
Lo malo, para mí, es que después de acordarme de lo que significaba tal cosa, es que reparé en otra más y caí de la burra. ¡Piñazo sumum!
El Amancio del que hablaban no era el Amancio que yo creía. Amancio Amaro, rey del regate, nacido en Coruña en el barrio de la Torre no era el Amancio del que hablaba todo el mundo. No, el Amancio en solfa era otro Amancio. Amancio Ortega, el que empezó haciendo batas de guatiné, el que está casado con Flora y el que en una sola generación se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo haciendo camisetas. ¡Ouyeá!
Para rematar, y como consuelo de tanto bizantinismo, me he acordado de aquello que decíamos cuando éramos niños cuando sufríamos un pequeño revés: tranquilo como Amancio. Y después, seguíamos jugando.



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