POLUCIÓN CULINARIA.

Creo que debe ser normal que, una persona que nunca cocinó y que un día hace su primera tortilla, alcance cierto grado de satisfacción. Porque, aunque hacer una tortilla pueda ser lo más fácil del mundo para muchas personas, para esa persona, no. No lo es.
Hay quien dice que cocinar por primera vez es como desvirgarse. Y lo natural cuando te desvirgas es que la tortilla no te salga muy allá. Es más, con que  resulte comestible te das con un canto en los dientes.
Por tanto, y sin género de duda alguna, se podría decir, siguiendo el símil emprendido anteriormente que, en vez de alcanzar tu primer orgasmo entre fogones, sufras tu primera polución culinaria.
Después, a base de practicar lo básico, y siempre en el alambre del prueba/error, te decides a aprender a hacer las comidas que más te gustan.
La tarea hoy en día se antoja fácil. Simplemente tienes que visualizar el tutorial correspondiente en internet, seguir los pasos milimétricamente, y dejarte sorprender con el resultado.
Lo celebras como si fuera un milagro (¡increíble), y a base de tiempo, paciencia y tutoriales, alcanzas el nivel básico de cocinero, y por tanto cierta autosuficiencia.
Es aquí, llegado a este punto, cuando tienes que estar alerta. ¡Cuidado! Si sigues insistiendo con el tema, investigando y haciendo probaturas, es posible que acabes en mamarracho perdido. Por cierto, una opción muy en boga. Empiezas por el pitifuá de chachachá, sigues por la rindanga de tracatrá y acabas escabechado del liló.
Sea, o sea.
Este tipo de anormalidad goza de buena prensa. Es preferible que el mamarracho común, el tontolaba o el, también conocido por, tonto a las tres, esté entretenido con algo en el interior de su casa que haciendo el perindongo por la calle.
Mucho mejor. Dónde va a parar. Por lo menos así sus amigos no tienen que sufrir sus aberrantes conversaciones tóxico-culinarias.
Porque a mí, no sé vosotros, cuando un amigo me pregunta si he visto el último programa de televisión en el que se hizo un homenaje al salmón salvaje marinado al eneldo y adobado con cuarto y mitad de hierbas provenzales, me dan ganas de acordarme de la madre que lo parió.
Y es que los cocineros, igual que las ratas, amenazan plaga.
Pero todo esto en gran medida se lo debemos al enorme trabajo de difusión que las televisiones hacen del asunto. Se esfuerzan tanto que tienen a gente dedicada a la búsqueda y captura del misterchefito.
Además, del ganador, igual que del cerdo, todo es aprovechable. Lo pueden reciclar para otras lides  una vez exprimida la salsa de ostra de su cerebro. Le pueden ofrecer la posibilidad de lucir su colección de bañadores en MisterSuperviviente.
Es lo que se conoce como Economía del Aprovechamiento. Trata tal disciplina de la Amortización del Semoviente y su aplicación a otras tareas alejadas del perejil.
Pero como el éxito no acaba ahí, siempre se llega a lo peor.
Dan una vuelta de tuerca más y con la excusa de que el público es soberano, diversifican el producto.
Ahora lo ofrecen con niños. Redoble de tambor. Pasen y vean señoras y señores. Lo nunca visto: Niñochefito.
¿Está usted harto de Niñocantante? (otra variante del agravio). Pues, no se aburra más. Señoras y señores a su televisor ha llegado la última sensación: Niñochefito.
Rico, rico y con fundamento.
¿Os acordáis de las buenas intenciones y de la obligación que tenemos de proteger a los menores?
Debe ser que no, porque los promotores de estas desfachateces diversifican el abuso al tiempo que dicen defender los derechos de los niños.
Y todo ello con la inestimable colaboración de los padres que sueñan con el éxito de sus hijos, y del público que les ríe la gracia.



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