LA ESPAÑA QUE NO QUIERO.

No sé vosotros, pero yo si tengo algo claro en esta vida es lo que no quiero. Incluso por encima que lo que quiero, porque mientras que lo que quiero puede cambiar con el tiempo o con las necesidades del momento, lo que no quiero siempre es lo mismo.
Escribo todo esto a cuenta del titular de una noticia que vi ayer en el periódico El País: Dime dónde heredas y te diré cuánto pagas.
Pues eso, eso es lo que no quiero. Lo que no quiero de ninguna manera. No quiero que en mi país haya diferencias por vivir en un sitio o en otro. No quiero. No quiero que haya diferencias en nada. Y nada, en este caso, es todo.
Que me perdonen los políticos estos tan sabios que nos administran, pero están equivocados. Esta política en la que cada Administración de cada Comunidad puede hacer lo que le salga de los bemoles es una política equivocada. A las pruebas me remito. Empiezas consintiendo diferencias porque te benefician políticamente, para el gobierno o para tus intereses, y se acaba llegando al grado de estupidez actual. ¿Quién empezó? ¿Quién consintió?
Pero, vamos a ver, ¿en qué país sensato se consiente que en un sitio haya unos impuestos y en otro sitio los contrarios? ¿En cuál?
Esto no es serio. Eso sí, para demostrar lo contrario los cejijuntos que nos gobiernan después presumen de sentido común al tiempo que escupen perdigones.
Y es que, todos los afortunados que tuvieron abuelas escucharon aquel refrán salir de sus labios: de dinero y santidad, la mitad de la mitad. ¿Lo conocéis, verdad? Pues yo, que no conocí a ninguna de mis abuelas, pero que a cambio tuve muchas tías, lo escuchaba aumentado:
De dinero y santidad, la mitad de la mitad y con el cuarto acertarás.
Lo cojonudo de esta historia es que después los mismos mamelucos que consienten estas cosas nos dicen: todos somos iguales ante la Ley.
¿Sí? Pues… depende de dónde vivas o de dónde mueras.


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