No sé vosotros, pero yo
si tengo algo claro en esta vida es lo que no quiero. Incluso por encima que lo
que quiero, porque mientras que lo que quiero puede cambiar con el tiempo o con
las necesidades del momento, lo que no quiero siempre es lo mismo.
Escribo todo esto a
cuenta del titular de una noticia que vi ayer en el periódico El País: Dime dónde heredas y te diré cuánto pagas.
Pues eso, eso es lo que
no quiero. Lo que no quiero de ninguna manera. No quiero que en mi país haya
diferencias por vivir en un sitio o en otro. No quiero. No quiero que haya
diferencias en nada. Y nada, en este caso, es todo.
Que me perdonen los
políticos estos tan sabios que nos administran, pero están equivocados. Esta
política en la que cada Administración de cada Comunidad puede hacer lo que le
salga de los bemoles es una política equivocada. A las pruebas me remito.
Empiezas consintiendo diferencias porque te benefician políticamente, para el
gobierno o para tus intereses, y se acaba llegando al grado de estupidez
actual. ¿Quién empezó? ¿Quién consintió?
Pero, vamos a ver, ¿en
qué país sensato se consiente que en un sitio haya unos impuestos y en otro
sitio los contrarios? ¿En cuál?
Esto no es serio. Eso
sí, para demostrar lo contrario los cejijuntos que nos gobiernan después
presumen de sentido común al tiempo que escupen perdigones.
Y es que, todos los
afortunados que tuvieron abuelas escucharon aquel refrán salir de sus labios: de dinero y santidad, la mitad de la mitad.
¿Lo conocéis, verdad? Pues yo, que no conocí a ninguna de mis abuelas, pero
que a cambio tuve muchas tías, lo escuchaba aumentado:
De
dinero y santidad, la mitad de la mitad y con el cuarto acertarás.
Lo cojonudo de esta
historia es que después los mismos mamelucos que consienten estas cosas nos
dicen: todos somos iguales ante la Ley.
¿Sí? Pues… depende de
dónde vivas o de dónde mueras.
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