Del famoso y avezado
periodista que descubrió que La Mujer Barbudo era de Valladolid, y que se había
casado con El Hombre Elefante, que era de Burgos, que habían tenido cuatro
hijas, y un hijo conocido popularmente como Cid Campeador, y que informó que actualmente viven felices y comen
perdices en el pueblo de Corcubión, llega desde el Daily News Ferrol para el
Mundo, la crónica del relojero Chano,
conocido popularmente como Chano Soy Yo.
Esta es la increíble historia
del relojero Chano Soy Yo, de venta
en tus mejores periódicos.
Chano nació en su casa porque
aquella mañana su madre perdió el autobús de ir a dar a luz. La cosa sucedió
sin grandes novedades. La asistió su esposo el popular Chanito, y en homenaje a él lo bautizaron a los tres días con el
nombre de Luciano, como su abuelo. Sólo el discurrir del tiempo y una
iniciativa pertinaz fue capaz de cambiar su nombre.
Chano
Soy Yo nació retraído, y desde pequeño se le detecto una
enfermedad crónica desconocida. Cuando tenía nueve años el doctor Pérez, primo
de Ratoncito por parte de madre, bautizó la dolencia con el sagaz nombre de “El mal de Chano Soy Yo”. Los síntomas
son claros y recidivantes: fiebre,
incapacidad manifiesta para escuchar discos de Rocío Jurado, y ataques de
idiosincrasia a todas horas. Todo ello acompañado de pálpitos, sudores, y
ocasionalmente furúnculos varios.
No era raro verlo caminar y
sufrir uno de sus ataques. Cuando se le colapsaba la idiosincrasia murmuraba palabras
inconexas, manifestaba deseos de apostatar, blasfemaba contra la Autoridad, el
Orden y la Justicia, y sólo podía librarse de la pesadilla escuchando discos de
rancheras. Si eran de Rocío Dúrcal el episodio remitía instantáneamente. La
Guardia Civil estaba informada y lo dejaban circular por la derecha.
Por eso, y no por otra cosa,
primero usó un walkman, después un mp3, luego un mp4, y siempre se le podía ver
caminando pertrechando de auriculares, y siguiendo el compás de la música
haciendo chasquear los dedos. Puro ritmo, ¡ouyeahhh!
Y, como no, Chano Soy Yo, siguió la tradición
familiar. En cuanto acabó la EGB se puso a trabajar en el taller de relojería
que tenía su padre, el ínclito Chanito.
Allí descubrió el mundo. Entre ruedecillas, alicates, y destornilladores que
también habrían podido servir para montar la Casita de Playmobil, encontró su vocación. Se hizo relojero.
Pero, no cualquier relojero.
Chano Soy Yo quería llegar a ser EL
RELOJERO. Se aplicó concienzudamente, leyó novelas de Silver Kane y se mantuvo
en edad casadera hasta la tierna edad de cincuenta años para disgusto de sus
padres que vivían con la esperanza e ilusión de ser abuelos. Tal empeño tenían
que un día su madre, doña Hildita, dijo a su hijo Chano a Secas: Mira, mamalón, ¿por qué no te casas y me das un nieto?
¿A qué esperas, se puede saber?
Como es natural en ese
momento sufrió un ataque agudo de idiosincrasia. Hizo falta que escuchara a
Rocío Dúrcal haciendo un dueto con Mick Jageer para que se le pasaran los
síntomas. Y como la música amansa a las fieras incluso se le olvidó el
incidente sufrido.
Vivió tranquilo durante otro
trienio. Sus padres tenían ya ciento veinte años cuando él les anunció: queridos progenitores, creo que debo poner
fin a mi edad núbil. Me caso.
A doña Hildita le dio un
parraque simultáneo. Don Luciano lo celebró yendo al fútbol y gozando viendo
como Manolete del Cée le metía cuatro goles a Insua el portero del Finisterre.
Pero, ¿cómo fue posible que Chano a Secas hubiera conocido a su
futura esposa?
La explicación de todo se
encuentra en la mañana de aquel día. Ella entró en la relojería y él la
atendió.
¿Qué
desea?
¿Eres
el relojero?
Si,
para servirla.
Pues
verás, dijo haciéndole a Chano
Soy Yo, una caidita de ojos. El caso
es que tengo un reloj averiado. He recurrido a muchos relojeros y ninguno ha
dado con la solución.
¿Has
traído el reloj?
Por
supuesto, siempre va conmigo.
Enséñamelo,
por favor.
¿Aquí?
No, aquí no. Mejor vamos dentro. ¿Tendrás un taller, no?
Entraron. Chano Soy Yo no se lo podía creer.
Jamás había visto una cosa igual.
Al final después de mirar y
mirar, tocar, palpar, meter y sacar sufrió un ataque de idiosincrasia. Sus
murmullos, por una vez audibles, decían:
En
la vida he visto una cosa igual. Tú reloj biológico está muy atrasado. Te
quiero, te quiero, te quiero.
Después empezó a babear,
otro efecto secundario de la idiosincrasia.