Lo bueno que tiene la Literatura, la buena, es que disfrutas
con ella, y lo malo que tienen ciertos autores es que siempre se adelantan, y
escriben lo que a uno ya le habría gustado.
Gabriel García Márquez, el autor de Cien años de Soledad, se adelantó,
e hizo bien. Nos liberó de escribir la novela clave del siglo XX.
Se admiten discrepancias, por supuesto.
Borges, para no ser menos, escribió Ficciones. Dentro del
libro hay un cuento que siempre he envidiado: “Tres versiones de Judas”.
Ya me habría gustado escribirlo a mí, pero él lo hizo primero
y me dejó huérfano por parte de cuento. Intuyo que lo debió hacer después de
leer el Evangelio apócrifo de San Judas. Se admiten discusiones
Cortázar, maestro del cuento, rayuela y mariola al tiempo, es
de imprescindible lectura si uno quiere pergeñar, aunque sea mal, cualquier
escrito. De sus cuentos, todos prodigiosamente mágicos, recuerdo con especial agrado aquél de el jersey.
Brevísimo hasta el límite de lo excelso. Valida aquello que escribía Berceo “lo
bueno, si breve, dos veces bueno” A ver quién es el chulo que está siquiera a
la altura.
Si ustedes quieren entretenerse, y estar bien leídos, cojan
cualquier novela de Pearl S. Buck. Al que encuentre la receta anti conceptiva a
base de renacuajos le doy un premio. A
elegir: bacinilla de color o una fabulosa máquina de escribir (un bolígrafo).
A Joyce y su Ulises lo regalo. Mi no comprender. Para
redimirme celebro todos los años el bloomsday, su día. Más que nada porque soy
un follower de los desayunos opíparos.
Pero, sin duda, el libro que más me fascina, en pasado,
presente y quizá futuro, sea Odisea de un tal Homero. Fascinante. El primer
novelista es para mi gusto el mejor. De sus primeras veinte páginas salen
veinte novelas. Un prodigio.
Aunque, por supuesto, antes de llegar a todas estas lindezas
empecé leyendo novelas de vaqueros: Estefania (todas iguales), Silver Kane (un
maestro), Keith Luger… (las leía en clase), y todo “El Coyote”. Cosas del acné.
Leí, también, a Agatha Christie quién
resultó un hallazgo. Incluso estando en Estambul visité el Pera Palace, hotel
en el que paraban los viajeros del Orient Expres, con el único afán de ver la
habitación en la que se alojaba la escritora cuando estaba en la ciudad. Los
gin tonics del bar del hotel los hacen al gusto inglés, la habitación espartana,
y lo mejor: el ascensor con sillón incorporado. Descansas y lees mientras subes
al cielo.
Lo del acné se me está pasando.
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