Estaba sentado donde todo se
resuelve. Pensaba, ¿qué le regalo? Y nada, no se le ocurría nada para lo que
pudiera tener presupuesto. Antes era diferente. El dinero da ideas y hace
posible que la compra de “algo” no
se convierta en una pesadilla inalcanzable.
¡Ay,
qué tiempos aquellos! Los echaba tanto de menos. Ahora todo
era distinto. Recordaba aquellos dispendios. La vida parecía confeti. Una
piñata cada día que romper. Coches de alta gama en el garaje. Nevera a rebosar.
Refrescos, panchitos y viajes sin parar.
¿Recuerdas aquel año? ¿Qué
te regalé? Ay, papá. No empieces. No los echo de menos. ¡Menudos regalos te
hacía! ¿A eso le llamas tú regalos? Hombre, por favor. Háztelo mirar, papi.
Estás muy mal. La medicación no te funciona.
Qué cosas tienen que oír los
padres. ¡Qué cosas! Ten hijos para esto. ¡Desagradecidos!
Y todo por un quítame allá
esas pajas.
Aquel año sufría de la misma
tribulación. Pero, claro, las cosas eran diferentes. Distintas porque tenía dinero
más que suficiente. Tiró por la calle del medio.
La semana anterior había
visto un anuncio en una revista especializada. Se vende, buen precio. Preguntar por el coronel Arturo. Tlf 693…
Llamó, concertó una cita, y
después de dos cafés llegaron a un acuerdo. Lo compró por dos pesetas, le puso
un lazo de celofán rojo, todo alrededor (diez metros de lazo), y lo dejó en la
acera, a la puerta de su casa.
Al día siguiente, cuando se
levantó la niña, a las dos de la tarde para comer, su padre le dijo: asómate a ver que ves.
La niña es despistada. El cielo está azul. Qué novedad. ¿Me
compraste un buen día? No, hija. Mira bien. Fíjate un poco, anda.
No daba crédito a lo que
veía. ¿Y eso qué es? Para ir al cole, nena. Ya va siendo hora de que dejes de
coger el bus escolar. Tienes ocho años, ya eres mayor. Olvídate de Ratoncito
Pérez, ya conocerás a otros.
¿Y dónde lo aparco?
Ah, por eso no te preocupes.
Si no encuentras sitio empujas un poco y ya está, sitio hecho.
¿Y esto cómo se llama?
Llámalo Panzer. ¿A que es una chulada de carro de combate? El que me lo
vendió me dijo que una vez lo miró Hitler,
imagínate su valor. Estoy seguro
que ahí te entran todos los libros, mochila incluida. Ya verás que cómoda vas.
No te va a doler la espalda por culpa del peso de la cultura nunca más Y como
complemento indispensable de cualquier carro que se precie toma, te hago
entrega de este Elvis. Lo ves, lo
miras y cimbrea las caderas por peteneras. ¿Y
ése quién es? Uno que venía siendo. Tú ya sabes.
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