Desde el futuro recibo un
holograma en el que se cuenta una historia inverosímil, posiblemente incierta y
que someto a vuestro criterio y consideración después de haceros esas
consideraciones y advertencias.
En el año 2050 la moda de la
“patada en los huevos” no era ya una
moda. Era una norma.
Todo comenzó una mañana en
la que en un programa televisivo, de esos que habitualmente se celebran
sentados, uno de los invitados se levantó, se dirigió a otro de los allí
presentes, y sin mediar más frase que aquella celebérrima de “te voy a dar una patada en los huevos”,
soltó una coz que impactó en los testículos de su compañero y contertulio. El
afectado sólo dijo: “Ay”, después lo
llevaron a la enfermería y se acabó el rifirrafe. Al menos eso creía todo el
mundo. Pero al día siguiente volvió a suceder lo mismo. Y al otro, y al
siguiente la historia continuó.
Tal cúmulo de incidentes
llegaron hasta los juzgados. Los jueces tenían que dirimir si aquella marea de
patadas furibundas eran constitutivas de delito, si la patada era reprobable o
siquiera someter a consideración y estudio el asunto y dirimir si el asunto era
o no era reprobable. El expediente que comenzó siendo juzgado como “falta” alcanzó el grado, a fuerza de
recursos y de amparos, de Supremo, y
hasta allí llego: Tribunal Supremo.
Diez años después de comenzado el alboroto, unos sesudos magistrados exoneraron
de culpa alguna a los “pateadores de
huevos ajenos” (esa fue la frase empleada), y todos aquellos que estaban
encausados quedaron libres, y se estableció como legal la figura del “patadón en los huevos” como forma de
réplica.
Como es natural el Gobierno
de España tuvo que legislar deprisa y corriendo sobre el tema. Se aprobó, por
mayoría absoluta, el uso de la patada, y se aprobó la compra, por parte del
Estado, de millones de “protegehuevos” para
ser repartidos entre la población. Todo el mundo, mayor de edad y español, a
partir de ese momento, y según la Constitución, que también fue enmendada para
dar cogida a este nuevo Derecho, tenía Derecho y Obligación de recoger “su protegehuevos”. El Estado, mandaba
así, un mensaje claro: “Estamos decididos
a defender el derecho a la libre expresión hasta sus últimas consecuencias”.
Pero, dice el holograma, que
la historia en realidad se debe a otra cosa.
Cinco años antes de que todo
comenzara a suceder, unos afamados científicos de una universidad americana de
mucho prestigio, habían descubierto y patentado el “protegehuevos”.
En el desarrollo posterior
del producto se encontraron con dos problemas: dinero para desarrollarlo, y un
plan de marketing adecuado para venderlo. Encontraron la solución a los
problemas planteados acudiendo al sr.
Rockefeller.
Rockefeller puso el parné, y
como era un experto en nigromancias diversas y alquimista de las ideas, acudió
a su grupo habitual de intelectuales dedicados al marketing y al lanzamiento de
nuevos productos.
Allí le dijeron. “señor Rockefeller, en marketing sabemos
desde tiempos inmemoriales, mediados del siglo XX, que la única forma de lanzar
con éxito un producto al mercado, y que éste se haga necesario y útil, es
creando la necesidad. Sin necesidad puede haber producto pero no éxito”.
Rockefeller fue escueto: “háganlo. Tienen un presupuesto ilimitado”.
El resto de la historia ya
la conocéis.
Para mí que todo esto que me
cuenta ese holograma llegado del futuro,
y así se lo dije, es una chorrada Y se lo dije, más que nada, para que
no pensara que hablaba con un pardillo. ¿Y sabéis lo que me contestó el muy
holograma”. ¿Estás seguro? Pues,
desconocido mío: siento darte esta noticia: estás equivocado. Lo llevan
haciendo tanto tiempo que ya nadie se acuerda cómo comenzó todo, y ahora
necesito hacerte una pregunta: ¿llevas el protegehuevos puesto” Sí, contesté.
Pues, ponte cómodo, que no te enteras.
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