Después de años de
retrasos y de dislates, estos días se sigue juzgando el viejo asunto de la
Gürtel. Y en ese juicio la fiscal ha dicho: “La caja B del PP está plena y abrumadoramente acreditada”. ¿Y qué
ha pasado? Pues que yo sepa no ha pasado nada. Ah, sí: Puigdemont, Puigdemont.
Porque si antes fue Venezuela, y después Irán, ahora le llegó el turno a
Puigdemont como ariete de todas las escusas.
Por tanto, entre todos,
esconden la mierda debajo de las banderas. Para ello, los nacionalistas españoles
utilizan la rojo y gualda y los nacionalistas catalanes la estelada. Se nos
hurtan los debates y como las televisiones, las radios y los periódicos están
ocupados haciendo propaganda a sus amos, los ciudadanos asistimos asombrados
los unos, y tranquilos los más, al triste espectáculo que representa España por
mor de los nefandos políticos que la gobiernan.
Porque si los del PP o
los políticos de cualquier signo necesitan de un buen sobresueldo que llevarse
a la boca para sobrevivir, que postulen a la puerta de alguna iglesia un óbolo
con el que pagarse esos chalés. Que se armen, pues, de hucha con la cara del
negrito Rajoy y que entonen un sentido “dame
algo que más vale de pedir que de robar”.
Lo demás son gerundios,
cuando no artículos propagandísticos, que unas veces van a favor de obra y
otras, siempre, en contra de los ciudadanos. Los ejecutivos de la propaganda
aceptan la imposición de sus homólogos de la banca, y como premio, y pese a
dirigir medios a menudo quebrados, cobran sueldos siderales por emplear
artículos de opinión como arma arrojadiza y como bagaje de argumentos frente a
todos aquellos que no piensan como ellos.
Un despropósito
demencial es todo el espectáculo. Bochornoso y lamentable es enviar a dos
hombres a la cárcel acusados de desórdenes públicos, y que la mayoría de los
medios y prácticamente todos los profesionales, se pongan a discutir si son
churras o si son merinas. Pues no, hablemos claro: son presos políticos. Así de
claro. Y el que no lo quiera entender, ni ver, él o ella sabrá, pero las cosas,
a veces, son lo que parecen. Y este caso no es una excepción. Al contrario,
amenaza con convertirse en la excepción que confirmaría todas las reglas.
Así, por nada. Por
subirse encima de unos coches destrozados y arengar a la masa sandunguera de
separatismo pidiendo calma y mesura. Tal cual, tratados como si titiriteros
fueran ellos y no los del dinero.
Mientras tanto, otros
los que causan alarma verdadera y que ya condenados por sus delitos fueron, en la
calle están, paseándose rodeados de guardaespaldas pagados por el Estado y subiendo
fotos de vacaciones bien reales. No está
sólo Urdangarín instalado en la desfachatez, lo está también la Administración
de Justicia que, incapaz de atajar a tiempo tanta mangancia por una endémica
falta de medios, frenado además por el laberinto procesal en el que vivimos,
tiene que ver con asombro como por delante de la dama ciega circulan los Ratos
y los Pujoles disfrutando de lo robado a los demás y rezando porque jamás
escampe ese diluvio llamado Secesión.
Esas cortinas de humo,
que banderas son, no sólo sirven de estandarte del país, también son pendones
de España, y por tanto el sitio más apropiado donde esconder la mierda.