Sillicon Valley.



Este post bien lo podría empezar así:
Hagamos lo posible, porque de lo imposible ya se encargan en Sillicon Valley.
Y nada más cierto, porque son los yanquis, concretamente los emprendedores que trabajan allí, los que, no contentos con haber cambiado ya al mundo, ahora están empeñados en darle la vuelta como un calcetín.
Porque en España no existe la filantropía como tal, ni siquiera contabilizando las donaciones del dueño de Zara; y no existe porque si comparamos las donaciones realizadas por estos empresarios americanos, las hechas por sus homólogos españoles no pasan de óbolo de primera comunión.
Concretamente, Bill Gates, está obsesionado con seguir cambiando el mundo, porque no contento con lo ya hecho hasta ahora, ha dado una vuelta de tuerca y ha demostrado dos cosas: que todavía se pueden emprender nuevos caminos, y que los empresarios españoles (hablo de los exorbitantemente ricos) no se preocupan más que dejar sus patrimonios a sus herederos y de las desgravaciones fiscales que producen sus donaciones.
Sin más.
Sin embargo allí, le pese a quien le pese, trabajan sin prisa y sin descanso para seguir cambiando el mundo y hacerlo más habitable, y si para cambiarlo hace falta dinero, ellos lo tienen y a raudales y no escatiman.
Tan es así, que invierten dinero sin descanso en el estudio de la vejez, y en estudiar y poner en práctica mecanismos financieros suficientes para conseguir cierto alivio en el reparto de la riqueza en el mundo.
Allí son conscientes de que el mundo, tal como lo conocemos, no tiene sentido y que si continúan con la acumulación de dinero, les sale por las orejas, sólo conseguirán crear más desigualdad, más distancia entre ricos y pobres y por tanto más malestar.
Por ello, Bill Gates, ha montado una nueva empresa financiera con el objetivo de paliar dicha desigualdad. El objetivo es muy sencillo, redistribuir el 0,1 del dinero de los que más ganan entre el resto. Según ellos, esta redistribución afectaría positivamente en la mejora de un 20% de la economía mundial.
O sea, que sólo queda rezar e invocar al Dios Ojalá. Porque, Ojalá sucediera tal cosa.
Y lo mismo que, muchos no tenemos dudas, de que la lucha contra el envejecimiento llegará a buen puerto, y de que la población del futuro vivirá entre 140-150 años, quizás todavía más, también tenemos esperanzas de que a los más poderosos económicamente de este planeta les entre en la cabeza que más vale buscar un reparto más equilibrado que enfrentar una revolución que ponga en peligro todo el tinglado tal y como ahora lo conocemos.
Por tanto, yo no tengo duda: el mundo será mejor, las generaciones futuras vivirán muchos más años, porque habrá órganos a la carta y porque la medicina dará un salto cualitativo y cuantitativo, y sólo falta por añadir a esta ecuación el mecanismo financiero que dote a las personas de ciertas garantías monetarias con la que afrontar un futuro tan longevo como dichoso y como incierto.


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