Cada vez tengo más
claro que los partidos políticos, por regla general, no están a la altura de
los ciudadanos. Son peores. Al menos en España, y en estos momentos, la
evidencia resulta palmaria, al menos para mí.
Y si no miren lo que
pasa en estos momentos y lo que proponen los unos y los otros para salir de
este embrollo en el que nos ha metido ese hombre sagaz y rebosante de sentido
común que es el presidente Rajoy.
La verdad, también he
de decirlo, yo del Pp nada espero. El Partido Popular es un partido creado por
siete ministros de Franco y que todavía cuarenta años después desprende tufo a
naftalina, cuando no a rancio y revenido. Pese a todo es líder indiscutible en
el hit parade de la política nacional, y cuanta con un electorado fiel y mohoso
a su imagen y semejanza. Si por este partido y por sus votantes fuera, en
España todavía estaríamos hablando de los Reyes Católicos. Y disculpen la
crudeza, pero es así. Lo miren como lo miren y lo cojan por donde lo cojan.
Después viene, al menos
en intención de voto, el Psoe. En él, en dicho partido, tuvimos muchísimos
españoles depositadas nuestra confianza. Y si bien al principio bien,
rápidamente se les empezó a ver el plumero. Y así hasta llegar a nuestros días,
en los que tengo la impresión de que el Psoe es un partido agotado o cuando
menos sumido en la esquizofrenia política. Sí, pero no, y así con todo. Se
dicen socialistas y se muestran socialdemócratas. Son republicanos y aceptan
Rey como animal de compañía. Enseñan la O de obrero y se sientas en Consejos de
Administración. Se proclaman izquierda y pactan con la derecha. En definitiva,
el actual Psoe es un partido que nada entre lo bipolar y lo desnortado. Tiene
días.
Cuando apareció Podemos
y el resto de confluencias en esta película, no fuimos pocos los que tuvimos un
espejismo. Agua, ahí hay agua. Y al final, nada. Un espejismo que se diluye,
cada vez más, como un azucarillo en agua.
Para mí, su prima donna
perdió totalmente los papeles y la credibilidad el día que se reunió con Felipe
VI, y fue casi al principio de la película, antes de que el león Puidemont,
bramara en los créditos. No daba crédito de ver tal cosa. Va el infante de la
izquierda, la que parece más izquierda, y se reúne con el recién ascendido de
infante a Rey. Y encima le hace un regalo: unos cuantos videos de Juego de
Tronos. ¡Qué gracioso! Y, disculpen, pero si fuera religioso, que para ser
agnóstico tengo un ramalazo, diría que tuve una revelación: ¿y qué hace un
hombre que se dice de izquierdas reuniéndose con el hijo del heredero de Franco,
y él subrogado en el cargo de Jefe de Estado como si España fuera un piso de
renta antigua, y regalándole unos vídeos? Está de coña o qué.
Claro que después, y
para cerrar este yermo campo político, también tenemos a los de Ciudadanos. Un
partido que se dice nuevo, creado por el gran capital con un solo objetivo:
hacer de espejo del Pp y cubrir ese nicho de mercado que son las segundas
marcas. La derecha queda así completadas en todos sus ámbitos. De la derecha
más rancia y franquistas, a la supuestamente modernita y liberal. Barra libre
de merluzos del pensamiento y profusión de líderes dispuestos a mostrarnos la
senda de La Caverna.
Y así, entre todos
estos gaznápiros que se dedican a la política como forma de ilustrarnos de la
bondad de las ladillas como animales de compañía, anda montado el guirigay.
Claro que también, y a
lo mejor, estoy exagerando y ustedes perciben a estos cenutrios de una manera
más benévola. Pudiera ser, pero lo cierto es que las crisis siempre las acaban
pagando los que menos tienen y que los que más tienen siempre salen bien
librados gracias a toda esta piara.
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