Mentiría si dijera que
sé por qué en Galicia sufrimos constantemente de incendios, y lo haría porque
ni yo lo sé ni tampoco los que nos gobiernan. Lo que sí sé es que cada vez que
Galicia arde por los cuatro costados se demuestra que las autoridades de la
Xunta, además de no saber, también se empeñan en hacernos ver su incompetencia
y su negligencia a la hora de abordar un problema que sufrimos todos los años.
Galicia arde, como
siempre. Y la culpa puede ser que sea de las altísimas temperaturas que tenemos
estos días, del batallón de pirómanos que viven adosados como ladillas en este
país, del abandono del campo y por ende del rural, de los intereses económicos
de emprendedores de toda laya y siempre, en el tramo final, por la ineficacia
de las autoridades para poner medios suficientes que palíen la crónica
anunciada del incendio.
Cuento una anécdota
sufrida en carne propia:
Hace años, muchos, un
señor apareció por la que fue mi casa en la aldea. Su objetivo, comprar un
pinar de la familia. Después de media tarde soportando su matraca y
escuchándole loar a personas de mí familia que ni siquiera conocí, se sintió
con fuerza para abordar el tema. ¿Cuánto? Tanto. Después de otra hora de tiras
y aflojas, de más carantoñas y del reguero de babas que deja el peloteo, aquel
señor se marchó disgustado por no haber conseguido su objetivo. Cuando se hubo
ido le dije a alguien: “¿qué te apuestas a qué dentro de algún tiempo el pinar
arde? La persona a quien le dije aquella frase me contestó: tú y tus videncias.
El pinar ardió, creo
recordar, al cabo de dos años o tres años. De lado a lado, quedó asolado, y
quién fue, y cómo lo demuestro. No hay manera, no hay medios ni hay ningún
método que nos proteja de la epidemia de delincuentes que viven agazapados
entre nosotros. Son gente ruin cuando no desequilibrada y envidiosa, siempre
dispuesta a hacer el mal a quien sea para conseguir pingues beneficios.
Lo malo de aquella
historia personal fue que aquel pinar, después desierto, jamás acabó en manos
de aquel que parecía señor y que resultó ser hombriño, porque al final un
ayuntamiento, aprovechando que el pinar ya podía ser usado como solar, lo acabó
comprando para que los descerebrados de la Xunta hicieran allí un colegio.
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