Leo, últimamente,
muchos libros de viajes. ¡Una pasión! Y sin embargo, lo confieso, tiempos hubo
en los que de las novelas no salía. Tiempo habrá para volver. Y es que,
necesito relajarme, ¡y quién no!, y esos libros, los de viajes y los autores
que los perpetran causan, en mí, envidia por lo viajado y ansia de vivir lo que
ellos han vivido.
Porque viajar no sólo
sirve para ver mundo, también, quizá, para de entenderlo. O, al menos, de eso
se trata para mí; y así, si leyendo alguno de esos libros alcanzo la osadía no
sólo de disfrutar, sino también de ver mundo sin viajar y de gozar sin salir de
casa, qué más puedo pedir.
Estamos, pues, ante una
maravilla que te puede transportar adonde quieras sin coger billete ni de tren,
ni de avión, ni de barco al sitio que quieras y a la hora que más te convenga.
Entre mis preferencias,
como no, prima siempre la diversidad. Es lo bueno, o quizás lo malo, de ser
autodidacta y de leer sin orden ni concierto. Leo sólo si disfruto, sin apego
alguno por el nombre del escritor y sin rendir pleitesía a nadie por muy grande
que su fama sea. Porque todos sabemos, o al menos yo lo intuyo, que una cosa
son los grandes nombres y las grandes críticas y otra bien distinta la
felicidad que procuran los escritos.
Hay grandes libres de viajes
que no lo son propiamente, y que sin embargo sí lo son, aún más que muchos que
presumen de serlo, y que no pasan de tediosa crónica, cuando no de callejero y
referencia de sitios y lugares que visitar.
Pienso en El Quijote,
por ejemplo, un magnífico libro de viajes, crónica de gallardías románticas e
idealistas de una España atrasada y magnífica en su soberbia. Pienso, también,
en el celebérrimo libro de Joycce, ese titulado como Ulises, encumbrado en
todos los altares literarios y del que yo he leído más argumentos y
explicaciones en voces de críticos diversos, que el propio libro que nunca fui
capaz de acabar.
Esa asignatura pendiente
finaliza siempre para mí cuando el héroe, Leopold Bloom, se masturba en una
playa ante la visión de las bragas de la cojita Gerty MacDowell. Me deja tan
exhausto de comprensión, que tengo que parar y celebrarlo adecuadamente con un
contundente desayuno irlandés para recuperarme de tanta grandeza que no alcanzo
a comprender.
Prosopopeyas y excesos
aparte, que no sólo de grandezas vive uno, quiero nombrar a dos escritores que,
para mí, practican lo excelso y lo extraordinario en todas sus vertientes..
Uno de ellos es Javier
Reverte, quien escribe libros muy bien armados de citas con referencias
literarias y culturales de los países que visita, y quien siempre, además de
lectura amena, ofrece criterio y buen tino a sus lectores.
Y el otro, porque a
otro guardo en mis favoritos, no es otro que el sin par Enric González, un
hombre muy de mí gusto. Sus libros (Historias de…) siempre son magníficos,
rozando la genialidad de lo sencillo, y aunque cortos, nunca va mucho más allá
de las ciento y poco páginas, es de frases magníficas, a la par que contundentes
y certeras. Sin duda, el oficio de periodista (profesión, si lo preferís) juega
a favor de obra con Enric. Y encima te ríes, vaya si te ríes.
Claro que, podría
seguir, y seguir, y seguir…
Por cierto, si alguien tiene un libro titulado "Cada mesa un Vietnam" que lo pase, que los libros también tienen la función de ser prestados. Gracias.
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