Fumando espero.

Foto sacada de eldiario.es

Leo en algún sitio que un equipo multidisciplinar formado por profesores de derecho, ciencia política, psicología y antropología, abogados, trabajadores sociales e investigadores ha elaborado una propuesta para una regulación sobre el cannabis, su consumo y su distribución.
La noticia, como no podía ser de otra forma, la leo mientras me fumo un porro. Y si en este momento tuviera que responder a alguna pregunta sobre este tema diría con la máxima seriedad: Sinceramente, en este equipo multidisciplinar echo a faltar a Perico de los Palotes.
Porque, a ver si lo he entiendo:
¿Hay que encargar un estudio a un equipo multidisciplinar (eufemismo, por tanto, de “expertos”) y pagar una pasta gansa para que nos digan que el cannabis tiene menos efectos secundarios que el güisqui, que el coñac o que la caña que algunos echan al café?
Quizá sí, quizás haga falta remarcar lo obvio con precisión de topógrafo. Quizás, incluso, también haga falta la concurrencia de más expertos en el estudio de la cuestión. Puede ser. Ante lo cual repregunto:
¿Estaremos los consumidores representados en dicha comisión o simplemente tendremos que aceptar que sean profesionales, que no expertos, los que decidan sobre el tema?
La cuestión a dilucidar se antoja perentoria por necesaria. Además de haber muchísimo dinero en juego para las arcas del estado, también está en juego la libertad de las personas. Tenemos derecho a decidir sobre aquello que más nos convenga hacer. Sólo hay que tener como referencia un manual de ética, y en último extremo tener siempre presente el Código Penal por aquello de evitar malentendidos. Sin embargo, ni el Código Penal acepta la realidad de que el cannabis está en nuestras vidas, ni a la mayoría de los políticos les importa una higa tal cuestión.
El voto del porrero es un voto diseminado. Puede ser votante de cualquiera, porque drogarse no aporta clarividencia de ningún tipo. Es sabido. Es más, es tan sabido que incluso se sabe que hay muchos drogadictos y otras gentes de mal vivir que votan a la derecha.
De todas formas, para ellos (para los políticos), siempre es preferible ganar el voto del pensionista, muy mayoritario, o el voto de la depauperada clase media, porque sabe que dichos votos le pueden dar un puesto en algún lado y después a vivir y fumarse un canutillo como dios manda. Total, la vida son dos días y hay que aprovechar.
Y una vez colocados, que se saben colocar muy bien, se encargan un retratito al óleo de sí mismos para colgar de la pared y flipar un poco. Así, el mundo guardará recuerdo de sus grandes logros y podrá poner jeta del político colgado.
Para mí que no se enteran. Como esta tropa de ciegos siga así, un día de estos nos damos un golpe.



Un presidente de película.

Foto de El País.
“En el principio era el verbo” (Juan 1:1-14).
Pero como él es gallego e interpreta verbo por juego de palabra cuando escuchó la pregunta: ¿Recuerda usted…? Contestó rápidamente: Recuerdo perfectamente… Y después puso su mejor cara de zangolotino y relamió satisfecho la babilla.
Y no era para menos, la verdad, porque si hay ocasiones que pintan calvas, también hay preguntas que se formulan para el lucimiento ajeno. Lo sabe todo el mundo
De todas formas, queda claro que quiere marcar distancias. Del no sé o del no me consta, pasamos al recuerdo perfectamente. Todo ello, eso sí, acompañado de lengüetazo y espumarajo. El niño chapón, el repelente niño Vicente que tenemos de Presidente, sonríe y al hacerlo se le nota cara de aplicación. Tan es así, que bien podría añadir ufano: lo veis, en la primera pregunta ya marco la diferencia. Pero, se contiene.
Y es verdad, hay que reconocerlo:
A Mariano se le notó que había hincado los codos con mucho aprovechamiento. Es más, sabemos que estuvo cuatro días, ¡cuatro!, preparando la declaración.
Es un hombre concienzudo; estamos ante un opositor de ringorrango. Sin duda. Claro que si sabes que te van a preguntar el tema 8 no estudias los otros, para qué.
Lo mismo pasaba, salvando las distancias, en aquella película en la que llevaban a un niño Borbón ante un tribunal para hacerle un examen y aprobarle el bachillerato. El examinador preguntaba: Excelencia, por favor, díganos la cronología de los Borbones en España. Y claro, el niño infante contestaba con mucha propiedad: Felipe V… Cuando el infante salía sacando pecho de la prueba se oía a otro niño que decía: Jo, así cualquiera. Que me pregunten a mí, también, cómo se llamaban mis abuelos.
Pues algo así.
Sin embargo, y aun jugando el partido en casa, eligiendo plano de cámara, disposición del escenario y dando orden (él no, por supuesto, que por eso cobran los bellacos) a su medio de comunicación de cabecera (La 1) de no aparecer por allí, pudo el Presidente sustraerse de hacer lo que hacen todos. Porque de la originalidad y del paso adelante que es el recuerdo perfectamente pasó sin dilación a lo de siempre: ese no era mi cometido y yo de eso no sé nada. Porque, hay que decirlo: Mariano Rajoy pese a ser el Presidente, también de su partido, pese a ser cuatro veces Director de Campaña en elecciones y pese a aparecer en los llamados papeles de Bárcenas, no sabe nada de nada. Palabra de Mariano.
Así que, si sois buenos alumnos y futuros opositores de ringorrango, ya sabéis, podéis aprobar por el sistema Rajoy, y así si vuestra oposición contara con 200 temas que chapar lo mejor es empezar por saber cuál te van a preguntar. Te ahorras tiempo. Y si a eso le unes que le puedes decir al Tribunal donde te quieres sentar y cómo te tiene que socorrer en caso de duda, pues la cosa está hecha. Muy mal se tiene que dar o muchas babas tendrás que echar para ahogarte y equivocarte.
Lo de ayer también sirvió para recordarnos a todos cómo se llamaba el personaje central de aquella gran película El gran Lebowsky
Aunque, en realidad podían haberse ahorrado el despliegue de camiones en la entrada. Con un león rugiendo hubiera bastado. Porque a estas alturas ya todos sabemos que Mariano Rajoy en esta película es El Nota.


¿España, un pueblo de pelotas?

No sé yo si sacar cosas es la mejor forma de aprender del pasado. Claro que tampoco entiendo muy bien, que primero se dé y después se quite. Aunque, sí es cierto, que las circunstancias cambian al igual que lo hacen los jetas y los pelotas.
Claro que, puestos a no entender, tampoco entiendo esa manía tan inveterada que tienen algunos de ensalzar, de encumbrar y además loar, a personas por el mero hecho de ser los que mandan, por estar en el machito.
¿Acaso un político, y ahí va lo sustantivo, tiene derecho a reconocimiento por el mero hecho de ser político? ¿Y si cabrón sale, qué? ¿Hay que dedicarle calles, otorgarle honores de hijo de… su pueblo más querido, ponerle lazos, o erigirle estatuas? ¿De verdad, pregunto, es necesario practicar tamañas felaciones?
Pues sí, parece ser que sí. Para algunos se hace necesario. Es más, lo hacen con profusión y sin pensar siquiera en el mañana.
Claro que, después alguien vendrá a arrepentirse de la decisión tomada. Dicen digo donde dijeron Diego; dicen sí a lo que ahora toque, y se quedan tan campantes.  Aunque, después, incumplan la ley de cualquier memoria con conocimiento de causa y con demasiada alevosía.
La historia, esa parte de la historia que no les gusta, la esconden. Se hurta al público lo pasado, y como consecuencia de tal desmemoria, otra vez corremos la suerte de repetir tales desgracias.
Y es que, no sé yo si bien hacemos. No sé, no sé y no sé. Tampoco tergiverséis lo escrito, porque escrito lo anterior, añado lo siguiente:
El Estado debería facilitar la exhumación de todos los cadáveres que todavía hay abandonados a su suerte por las cunetas de esta España. Y debería hacerlo por muchas razones, y por dos principales: por humanidad y por hacer justicia.
Sin embargo, el ocultamiento de nuestro pasado reciente, de la historia que nos humilla, no sé yo si es tan buena idea.
A mí me gustaba ver la estatua de Franco cuando iba a Ferrol. Porque, Francisco Franco Bahamonde, nació allí.
Y si bien no hubo pueblo ni ciudad en esta España nuestra de conejos, en la que no lo nombraran predilecto o calle le dedicaran, quizá tales decisiones se tomaron por aquello de darse prisa en el peloteo.
Así que, para remediar tanto desbarre, de unos años a esta parte, todo el mundo marcha atrás da. Tan es así, que hasta los de su pueblo lo apearon de la peana, y de la estatua ecuestre cayó el vecino más ilustre, cuando convino, y al que tenían como adorno a la entrada de la ciudad.
Hablo de Ferrol, antes El Ferrol del Caudillo.
Las palomas quedaron huérfanas de cabrón sobre el que ciscarse, mientras que las autoridades de este país, ahora “plurinacional” a la par que modernito, apuestan por olvidar, o cuando menos ocultar, la historia otra vez.
Claro que ya puestos a ocultar una, que lo hagan con todas las historias que Historia son.
Al fin y al cabo, ni estamos faltos de hijoputas ni de almacenes donde esconder la desmemoria.




Los sonidos de la vida.

Gloria López  Fotografía artística.

Si quieres saber el nombre del animal que arrúa, que estridula, que tautea o que crotorea, deberías leer el increíble post que en su blog escribió Carlos Lobato, profesor de biología en un instituto, y del cual adjunto enlace.
Allí encontrarás respuesta cumplida y pondrás cara a los animales mencionados por el sonido que emiten.
Porque de lo común cualquiera está informado:
Sabemos que el asno rebuzna, lo vemos a diario; que el caballo relincha, miren si no a ciertas gentes; que la cabra bala, o sea, voto, luego balo; que los ciervos berrean, mire usted pedazo-tiro; que los chacales aúllan, aun sin ser sinónimo de gaviota que sólo grazna y discursea; que las cigarras chirrían, y si no ver Estatuto y después, si hay tiempo, de los Trabajadores; que las palomas zurean, arrumacos de lo nuestro; o que las tórtolas gimen, como bien sabemos todos los que tórtolos de lo nuestro somos.
Pero también sabemos que el ulular de las lechuzas es incesante, y que las risas de las hienas nos mantienen alerta. Porque, cual lagartos que sisilan, los buitres, que sin órganos de fonación nacieron, están atentos y alerta a comer mierda ajena.
Y es que aquello de que el hombre es un animal doméstico, bien se ve. Tal que perros ladramos y lamemos la voz del amo que nos maltrata; cuáles gatos maullamos, y tales cigüeñas crotorreamos y engendramos.
Somos carne de cañón, y lo aceptamos. Obedecemos al mangoneo, domeñamos los impulsos, y cuando recibimos nuestra ración de maní, chillamos tal buenos titís amaestrados dando palmas.
Pero, en fin. Todo sea por una buena causa. Que la rueda siga girando, aunque para ello castañeteemos los dientes tal cual hámster de la vida, o acaso preferís ser asnos rebuznando en una noria.
Ay, qué cosas digo. Da tan igual, que da lo mismo. Eso sí, yo también sigo.




¡Idos por la sombra!


“Idos. Que el cielo os colme de venturas. En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada” (Manuel Machado).
Dicho eso, campo abonado para lo contrario. Porque parecería que aceptar ahora iros como imperativo de idos es lo mismo que aceptar la obra del diablo, sin embargo no, no lo es:
Es obra de la RAE.
Sin embargo, sobre el tema me gustaría matizar:
Excepto a los que oigo, pero no escucho, jamás había oído decir a nadie decir idos; por ejemplo, a la mierda. Leído, sí. Doy fe que sí. Pero no es lo mismo vivir de pie que de rodillas. Y, por tanto, hace bien la RAE en matizar. Porque tampoco es lo mismo hablar que escribir, de la misma forma que creer y ser cierto por no ser ni parecido es a veces. Porque, por mucho que se diga y por más que se haya escrito, cocreta no es. No está en el diccionario, aunque bien pudiera. Y sí, es cierto que está almóndigas por la misma razón que figura cocodrilo. Tal fenómeno en argot (qué contrasentido) culterano es nombrado por el término metátesis, transposición de una letra. Y debo escribir que yo, en sabiéndolo, me quedo mucho más tranquilo de lo mío.
Pese a todo, uno duda, si acaso existe, y se pregunta:
Será ésta la circunstancia la adecuada,  siendo como somos, tan de aprovechar hasta las sobras, el momento de aceptar iros como imperativo del fino y literario idos. Porque, ¿y si lo toman por la tremenda, qué? Quién será el paladín que defacerá luego tal entuerto.
Ay, no sé yo.
Porque, claro es, los que siempre oían o escuchaban idos en vez de iros, se lo pueden tomar por la tremenda y querer volverse imperativos de sí mismos y aprovechar las circunstancias para marchar y del todo irse.  
O sea, y disculpar. Yo esta película ya la vi, al principio sale un león. Después ves que no, que el león es minino, que el minino leche quiere, y que además de leche y de caricias, arrumacos y milongas también desea.
Así que, idos a la mierda. Con mis mejores deseos, iros. Porque, a buenas horas mangas verdes.
¡Anda qué!




La velocidad y el tocino.



                                                          Foto de Sande publicada en La Voz de Galicia

Friqui, Jesús Carril Sar, un personaje de mi novela, Alambique, 28, es nacido allí, en Esteiro, ayuntamiento de Muros, A Coruña.
Pero lo primero que tienes que saber, si quieres ir y llevarte bien con los paisanos de Friqui, es que no debes mentarles, ni aun por lo más remoto, tal circunstancia: que Esteiro sea una parroquia de Muros. Puedes tener problemas. Porque los de Muros son de Muros y los de Esteiro, que también, ni de coña. Cuestión de carácter.
¿Son ustedes gallegos?, pregunta alguien, y contesta el preguntado: Sí, señor, así es: Somos todos gallegos menos el patrón, que es de Muros.
Lo comento porque hay cosas que se deben de saber para ver carreras.
Y es que si ustedes fueran gallegos, ojalá la suerte tengan, sabrían que la velocidad no es cosa ni de coches ni de motos, aunque  de tocino pueda ser. La velocidad, pásmense forasteros todos, es cosa de carrilanas.
Y para carrilanas las de Esteiro, de la misma forma y manera que para patrones los de Muros.
No sé yo si me explico, tal vez no. Tampoco falta hace en demasía.
Esteiro se convierte en un sindiós desde hace treinta años. Capital mundial de la velocidad. Velocidad sin velocímetro traicionero, bajadas en el mismo borde del vértigo y personas locas con sus cacharros locos. El mundo se vuelve colorido y no hay alpiste que dé abasto a tanto pájaro.
Pero lo que tengo que decir, así reviente:
En el principio fue el “furquito”.
Y si la carrilana puede ser de rueda de goma metálica, con rodamiento y prototipo de galán, el furquito siempre es de aspecto franciscano y de rodamiento por sus parates. Diferencia principal.
Y ahora, sin parar en barras de revelaciones, añadiré: yo fui piloto de furquitos.
Pero no un cualquiera, fui del tipo probador. Otro escalafón entre los matados. El ingeniero principal solía ser Javier que, curiosidades de la vida, primo mío es. En La escudería, además de este propio, también militaban Julio y Santi. Ambos primos míos, y casualmente hermanos del cerebro. Todos juntos conseguimos no matarnos a fuerza de escoñarnos a diario.  

Sin embargo, pronto abandonamos la afición. Tal que así, que yo ni siquiera fui jamás a ver las famosas Carrilanas de Esteiro. Pero como los terremotos, aunque sean de placer, siempre tienen réplicas, a otro gran premio de carrilanas sí que fui. A las de Trasouteiro, cerquita de mí aldea, allá por tierras de Vimianzo, y aunque no competí, para qué, sí que disfruté, y mas lo hice intuyendo que miles de personas compartían conmigo sonrisas añejas  de la niñez.

Elogio del turista.

                                                            Que no me pongo qué

Como empiezan a ser demasiadas las personas ya las que hablan mal de ellos, he decidido erigirme en paladín del turista común. Armado, pues, de tecla y ordenador chino encomiendo mi espíritu en defensa numantina. Porque ser turista parece fácil, pero no lo es. Es complicado. Hablamos de gente sufrida, aguerrida y a menudo madrugadora. Ser turista, por tanto, ni es cosa propia de gente vaga ni de personas flojas. Los que prefieran la cama, el sofá o el aire acondicionado de la sala, no se deben de meter a practicar el noble pasatiempo de ser turista. Lo pasarán mal, gastarán dineros y serán infelices. Para qué, entonces, tanto esfuerzo. Sin embargo el que esté acostumbrado al riesgo o simplemente tenga pareja agradecerá salir de casa y discutir en otros escenarios. En la variación está el gusto. Ser turista es duro. Eso sí, para amortiguar tanta calamidad puedes tomarte licencias en el vestir. Ni hace falta conjuntarse ni  siquiera contrastarse de colores. Con vestirse y calzarse hay más que suficiente. También conviene lavarse, porque de perfumes está el mundo lleno y tampoco se trata de competir estérilmente. No hay tiempo que perder, hay muchas cosas que hacer y más todavía que ver. Pero hay trucos para sacar provecho de la afición. Cómprate un plano y serás feliz. Haz fotos hasta que en el dedo te salga callo y alcanzarás el éxtasis. Graba vídeos y envíaselos a aquel primo al que ya amargaste enseñándole el vídeo de tu boda. Y sube fotos, muchas fotos, a tus redes sociales. Que si una de almejas a la marinera en Twitter, que si un pulpo a la feria en Facebook y que si una hermosa puesta de sol amartelado con tu churri. Estás de viaje, de vacaciones y eres turista, no te olvides. Por tanto, y para que lo sepas, tienes que cumplir con todos los ritos de obligado cumplimiento de todo buen turista. Y al día siguiente, otra vez, madrugar. Mucho. A ser posible con el alba, cuando rezan los muecines, cuando canta la calandria, cuando entran los campos en flor. La ciudad, cualquier ciudad, te necesita. Eres la savia que la alimenta. Sé generoso, ármate de sonrisas y ataca ese desayuno bufet que tienes delante con ardor guerrero. Hay mucho día por delante. Y cuando nadie te mire, comprueba bien, manga fruta, panecillos y embutido. Te hará falta el condumio. El desmayo acecha por las esquinas. Pero, hay que decirlo, ser turista es bonito. Viajas a sitios, conoces a gentes y después  las olvidas. Poético. Así que, no hagas caso de los que hablan mal de los turistas y ponderan a los viajeros. Qué sabrán ellos de tales disquisiciones si ni siquiera turistas parecen ser. No te olvides que la carrera de viajero empieza aprobando primero de turista. Además ser viajero es de natural cansino. Saco de dormir y bóveda de estrellas. Tienda de campaña y empezamos con los lujos: Que sin camping gas, que si linterna y que si papel higiénico. Para eso, mejor en casa.  No encontrarás mejor sitio para poner un pino.Haciendo turismo de televisor, tirado en un sofá, viendo programas de viajes. La mejor opción, pueda ser, y encima… barata. Quién lo duda. Ni turista ni viajero. Televidente compulsivo y telepredicador a todas horas. Deporte de aventura es viajar a los bares. Qué lugares. Siempre la misma fauna, siempre la misma flora, siempre la misma barra y siempre el mismo tedio. Que sí que peste de turistas por aquí, que sí cuánta morralla y chusma por allá. Y que sí tanto caminante no hay camino, se hace camino al privar. Qué plaga, qué epidemia. Para el estado el turista es un impuesto, para el ciudadano un frenesí y para el cascarrabias común, tema de conversación. Lo veis o no lo veis. Siempre igual, del manual no salimos. Pero,  ¿quién tiene la razón? ¡Quién lo sabe! En todo caso, a quién le importa. Al hablar le pasa como  dicen que le pasa al campo: no tiene cancelas. Sin embargo, yo, y lo digo de verdad, si pudiera y tuviera posibles, adoptaría a un turista. Sueca a ser posible. Gente maja. Animalitos de Dios. Almas entregadas y sacrificadas. Es más, dispuesto estoy a pasearlo, mejor a pasearla, cual mascota. Así que, a los que les molesten los turistas, por favor, quedaros en vuestras casas. Sitio habrá para más turistas.

Aquel picú.

 
Gloria López   fotografía artística.



Si yo fuera Karen Blixen, seudónimo de Isak Dinesen, la que escribió Memorias de África, este post podría empezar diciendo:
Yo tenía una pianola en Cée, a los pies del monte Son, donde vivía…
Pero como ni soy danés ni mujer, y en lo único que me parezco a la danesa es en las ínfulas que tengo  de escritor, empiezo por el principio.
Y en el principio estuvo ella, la pianola Aeolian.
Sin duda el artilugio más original que hubo nunca en mi casa.
En ella vi moverse las teclas solas, sobre ella perpetré mis primeros descompases y con ella escalé el Tourmalet.
Con fondo de pianola, vestido con el traje de marinerito de uno de mis primos (Julio) y enguantado, posé con un misal entre las manos para la foto de mí Primera Comunión. Y recuerdo que pensé: voy a levantar el pie derecho un poco y de ello guardaré memoria.
Evidentemente, si miráis la foto, veréis que ese día nació un futuro hombre de palabra.  
Pero, apaciguada la nostalgia, recobro el hilo y retorno a la cuestión: la pianola.
Ella fue la causante de mi devoción por la música. Sin distingos. Y si de impúber tenía que escuchar a los clásicos en un rollo y pedalear para escuchar música,  pronto a mi casa llegaron los modernismos:
Un tocadiscos que compró mi hermana Gloria: un picú.
Y con él picú llegó escándalo. Con el empezaron a sonar las canciones de moda, las de Eurovisión y aquellos singles que regalaban con el coñac Fundador. Un poco más tarde, a la puerta también llamaron los Beatles,  Led Zeppelin, Otis Redding… y… muchos más, y entraron, entraron para nunca irse. Y recién aterrizado en la pubertad se cruzó en mí camino Deep Purple, Jethro Tull y la vaca de Pink Floyd.
Así comenzó todo, apenas hace nada.
La música, para la cual nací manco y sordo, es una distracción fundamental en mí vida. Y también, en ocasiones, pasión y devoción.  Tanto que si me hubieran dado a elegir lo que ser en la vida, sin duda  mi elección habría sido la de músico Pero como no fue así, y como soy de fácil conformar, me conformo con la afición.
Y aunque contento (siempre) y satisfecho (a veces), añado:  

A la fuerza también ahorcan. Quede claro.

La dama de oro.


Imaginémonos una historia tal que así:
Una familia bien establecida y culta que, de repente y porque sí, es desposeída de su casa, ultrajada y vilipendiada hasta el paroxismo; los más jóvenes, afortunados ellos, consiguen huir jugándose la vida y corriendo todo tipo de aventuras; los demás, los viejos y enfermos son enviados a algún sitio ignoto y nunca más vuelve a saberse nada de ellos.
Setenta años después, una mujer, única superviviente de tanta desgracia, pone una querella contra el país del que tuvo que huir, Austria. Quiere recuperar sus bienes incautados y ahora expuestos en el museo más afamado del país. Varios cuadros, entre ellos uno y principal, pintado por Gustav Klimt, el retrato de su querida tía Dora. Retrato de Adele Bloch-Bauer I, también conocido como La dama dorada (o de oro). Se entabla un pleito y el Estado exhibicionista hace lo posible e imposible para retener dicho cuadro. Se le tilda de icono nacional. La dama de oro, arguyen, es para Austria lo que La Gioconda para Francia. La mujer pierde en primera instancia la demanda. Utilizando un resquicio legal (su abogado) plantea de nuevo querella, ahora en el país que la acogió, EE.UU. Gana en el Supremo pero, como tal sentencia no es vinculante para el país que expone los cuadros, otra vez, de motu proprio, y para solventar la cuestión, se somete a un arbitrio. Se desplaza al país del que huyó hace 80 años, con el que lleva diez pleiteando y… Es entonces cuando se escucha, a alguien que defiende al Estado usurpador, decir en pantalla:
La cuestión es muy complicada de interpretar”.
Y me pregunto yo, ¿complicada? Y os pregunto yo,  ¿os parece complicada la cuestión?
Por desgracia la historia es verídica, y no pasó una vez, pasó millones de veces. Unas veces con cuadros y las más de las veces, sin ellos. Anónimamente.  Pasó, y debería ser memoria viva todo aquello que pasó. Para todos. Pero somos olvidadizos y la repetimos, una y otra vez, cansinos, hasta el empacho, siempre se repite la misma historia.
Por cierto, la película se titula La dama de oro, y he contado casi todo de lo que va menos el final. Lo que no conté, y omití conscientemente, es que esa historia la sufrieron personas a manos de petimetres; quienes, en aras de una raza superior, la aria, cometieron uno de los genocidios más conocidos. Por desgracia ni fue último ni tampoco el más grande.
Y es que, en esta vida, y en este mundo, todavía quedan demasiados nazis.


El cine de Jiménez.

                                                                  Foto: Los espectadores

Todas las tardes de domingo íbamos al cine. Todas menos en las que había fútbol, por supuesto. No nos llevaba nadie, íbamos solos. A los seis años éramos mayores.
Salíamos de casa, caminábamos hasta la plaza y allí nos encontrábamos. Si estábamos de suerte veíamos abordajes, tiroteos o romanos con reloj de pulsera en la muñeca. “Tres dólares de plomo”. Mítica. Pero, si no lo estábamos, que a veces sucedía, veíamos finales felices con beso de tornillo. Besos y amor en blanco y negro. ¡Qué pesadez! Claro que, por aquello de la ley de la compensación, a veces teníamos muchísima suerte: la puerta lateral quedaba entreabierta y nosotros reptábamos para colarnos. Nos ahorrábamos la entrada. Más pesetas para galletas en la tienda de...
A mí, mis hermanas, que me tenían tan informado como engañado, me habían dicho que en las películas de amor a los besantes les ponían un cristal entre ellos. Como os podéis imaginar trasladé con urgencia la información a mis amigos. División de opiniones. De la credulidad a la risa todo fue reacción.
Aquella fue una de mis primeras lecciones de vida. Depende. Sí, no. Después vendría el tal vez el, quizá e incluso el a veces. O sea y traducido, depende. Siempre depende.
Pero, metafísica de baratillo aparte, cuando en la sala se apagaban las luces siempre sucedían cosas. Comíamos pipas, mascábamos chicles y tirábamos alguna cosa abajo al tiempo que alguien gritaba “cuidado con el leproso”. En alguna ocasión incluso intentamos fumar. Pero como fumar era motivo de expulsión, aparecía como por arte de magia el propietario del local y echaba al primero que pillaba.  A la calle con cajas destempladas. Y lo peor no era eso ni quedarte sin ver la película, lo peor era que te pasabas la semana rezando para que no se lo dijera a tus padres.
Después, al salir, nos enzarzábamos entre nosotros. Teníamos que demostrar que habíamos aprendido la lección vista. Nos apaleábamos, nos zancadilleábamos y siempre nos empujábamos. Sólo había un límite: la sangre. Si alguien sangraba, parábamos. Incluso, para esos casos, teníamos plan b e incluso c.
El b era ir al casino y hacernos con un poco de hielo. El c, sólo usado en casos extremos, consistía en llevar al herido al médico. Ración de puntos, y como decían en las tómbolas: Con diez puntos, bacinilla de color.
Nunca escuché a nadie quejarse de nada. Chivarse no era una opción. Llorar estaba mal visto. Si inopinadamente sufrías algún incidente apechugabas. Eso o la deshonra de ser mal mirado. Eso o la desdicha de no ser tenido en cuenta.
Y sí, éramos brutos, mucho, pero lo pasábamos bien y éramos felices sin saberlo. Además entre nosotros éramos solidarios y nos ayudábamos a salir de los malos trances, porque si estando en plaza ajena los chavales del lugar te hacían una encerrona, corrían ríos de juramentos y reunido el alto mando se decidía la estrategia: contraataque.
Las peleas eran épicas, pero siempre, jugando en casa o jugando fuera, se respetaba la regla de oro: al que sangra se le ayuda.

Lo habíamos aprendido en el cine. 

Caían chuzos de punta.

Gloria López Fotografía.

Fue el único que salió, los demás quedaron dentro. Caían chuzos de punta. Se alzó sobre sí mismo y miró mi paraguas con envidia. Meó a discreción vigilándome, y después su hocico emitió una mueca de satisfacción. No era el primero, pero era el último que lo había ido a ver. Cuando marché de allí pareció medir el ritmo de mis pasos. Sabía que volvería. Seguro.
En el coche no se comportó como un caballero. Volvió a mear. Sin disimulo, sin recato alguno. Orinó viendo como por la ventanilla corrían los árboles. Y volvió a mirarnos, desafiante. Qué diferencia. Su predecesora, la finada y glotona Janis, puesta en el mismo trance retuvo su vejiga tres días.
Sin embargo él, no. Barajamos nombres e hicimos listas. Cuando llegamos a casa aún no se había inclinado el fiel de la balanza. División de opiniones. Pitos unos, palmas otras. Él a lo suyo. Husmeó, olisqueó y marco el nuevo territorio con precisión de topógrafo. De repente me enfadé, ¡a ver qué va a ser esto!, chasqué un periódico contra la pared con violencia, me volvió a mirar de nuevo indiferente hasta que se dio media vuelta y se echó en el que hasta entonces había sido mi sillón Así, con un par. Sin pedir permiso.
Cuando salimos a la calle, de paseo, se confirmaron los peores augurios.
Además de guapo, era chulo y sobrado al máximo. Y de las tres cosas era consciente el muy cabrón. Prometo que sí. Miraba para las hembras con el aire altivo que tienen los forasteros al mirar, y a los machos perdonándoles la vida. Perritos de ciudad a mí y a tales horas, parecía que decía.
Aquel día hizo todo lo que se le pudo pasar por el magín:
Fornicó con una hembra que desprendía efluvios pese a su recentísima castración, se midió con pit bull siendo como es el peso lástima y pesado el otro, y corrió y corrió y corrió. Tanto lo hizo que al regresar a la que sería su nueva casa fue directo para el sillón sin cenar siquiera.
Estaba agotado.
Antes de cerrar los ojos nos miró, parecía que rezaba cuatro esquinitas tiene mi sillón, después se arremolinó y emitiendo un sonoro bostezo, se durmió.
Afortunadamente después cambió, se socializó y aprendió a tolerar la tontería que tenemos los humanos.
Podría ser una ciudad marroquí y, no lo es; podría ser una torre vigía por su nombre, pero tampoco. Es mi perro, mi amigo y se llama Nador.


De acentos y de imbéciles.


Hay dos tipos de mi de la misma manera que hay dos tipos de imbéciles. Tenemos el mí con acento y el mi sin acento. Uno es pronombre personal, otro posesivo. Igual que los imbéciles: personales y posesivos.
Sin embargo, y como ya sabemos que hay dos tipos de imbéciles, de la misma manera que hay dos tipos de mi, y como también sabemos que unos llevan tilde y otros no, también tenemos que saber que uno es conocido como imbécil vulgar, mientras que el otro lo es por imbécil con ínfulas
La prueba de lo anterior la tengo cuando pongo la tele y veo ese programa que acaba en viceversa. En ese momento sé qué estoy ante el imbécil vulgar. Porque distinguir a este tipo de imbécil es fácil: siempre apela a la frase mi verdad. Verdad que no necesariamente tiene que serlo, pero como es mi,  si cuela es verdad.
Profundo, ¿no? Pues de profundis seguimos.
Porque, para vuestra información, constato que todavía hay un imbécil de peor ralea. Hablo del imbécil sofisticado, del imbécil en plantilla. Y aquí, con este tipo de imbécil, hay que hacer una subdivisión: está el imbécil con ínfulas y el imbécil desclasado. Porque, aun haciendo los dos lo mismo y sirviendo para lo mismo, o sea, para nada, el imbécil con ínfulas es el que dice mi profesión, mientras que el desclasado se tiene que conformar con decir mi trabajo.
Después, y dependiendo de la vehemencia del personaje, el imbécil triunfa más o menos. Y como el triunfo, mayor o menor, siempre lleva aparejado dinero, vemos que tanto el imbécil común como el imbécil con ínfulas, lo gana a espuertas pese a hacer gala de su analfabetismo y de su imbecilidad.
La prueba de todo lo anterior la tenéis en Tele 5. Allí podéis ver al imbécil común en su hábitat natural: Mujeres y hombres y viceversa. Y al imbécil con ínfulas en Sálvame o, como dicen ellos, en Salvame.


Top Manta.




La mayoría de la gente que los critica se declaran personas piadosas, y aunque después suban a sus muros de Facebook plegarias a la virgen para curar a los enfermos de cáncer, vídeos de la Legión reivindicando el furor de la cabra hispánica y eslóganes de España para los españoles, siguen insistiendo en que son católicos, apostólicos y romanos.
A mí, sin embargo, me parecen gente de carácter más bien rancio, de humor variable y gentes que cada vez que ve a un negro mantero se acuerdan de la madre que parió a todos los Mohamed que en este mundo hay.
Hablo de los defensores a ultranza del comercio patrio al tiempo que compran un bolso de marca más falso que su alma.
Hablo de esas personas que lucen relojes falsos, camisas con caballitos falsos, polos con cocodrilos falsos y que huelen a perfume falso.
Hablo de esos, y pensando sólo en ellos estoy: en los falsos, en los que despotrican ante el pobre solemnidad y callan ante el rico que los pisotea.
¿Y ahora qué, de qué vais a despotricar?
Ya tienen marca propia, pero siguen sin pagar impuestos por sus puestos callejeros. No los pagan y corren. Corren cuando ven a los policías locales que en uso y abuso de la normativa vigente los persiguen a la carrera.
De tal forma que a quién le extraña que para ser policía de algo, de local, de mozo de cuadra, de nacional o de lo que sea, se pida pasar requisitos atléticos.
Correr, nadar o montar a caballo es la prueba tampax para entrar en el cuerpo.
Si corres tanto como Usain Bolt, si nadas como un pez igual que Phelps o si eres del estilo bravucón como John Wayne, el Estado te necesita.
El Estado utiliza la música de la orquesta Mondragon para su publicidad. Siempre a la procura del buen porrista:
Trabaja con nosotros si quieres gozar, trabaja con nosotros si quieres correr y disfruta de… todo al pegar… y disfruta.
Pero no era de ellos, de las variantes del poli, de quien quería escribir. Era de los otros. De los desgraciados a los que persiguen otros desgraciados que se creen más afortunados por tener nómina.
Los del Top Manta están de enhorabuena. En  Barcelona, capital de Colau, han montado marca propia.
Se llama Top Manta, como no podía ser de otra manera. Y van a comercializar cosas: Ropa, calzado…
Según los responsables del asunto el logo de la marca Top Manta emula una lona que se levanta por los lados para salir a la carrera. Igual que hacen hoy en día los manteros cuando ven un uniforme en la lontananza.
A ver si con esta iniciativa la lona se convierte en alfombra, mágica y voladora.



El maremágnum de la izquierda.

La lucha fratricida entre la izquierda viene de tiempos seculares. Recuerdo que al principio de nuestra reciente democracia, en aquello que posteriormente llamaron pomposamente La Transición, el Pc, Partido Comunista, parecía ser el guardián y el garante de los valores de izquierda.
Sin embargo había grupos mucho más a la izquierda que el Pc. Los trotskistas y los maoístas. Ambos tenían un denominador común: odiaban a los revisionistas del PC. Y ya de paso, y por aquello de no escatimar en odios, también se odiaban entre ellos.
Tal lio supuso, llegada la hora de las elecciones, la práctica desaparición de todos ellos. Las luchas cesaron y el Psoe emergió con fuerza inusitada en medio del maremágnum creado. Tan fue así, que el Pc, el partido que más se distinguió en la lucha antifranquista de todos cuanto hubo, alcanzó un resultado prácticamente residual. La autodenominada izquierda del Psoe, liberada ya de idearios marxistas y convenientemente descafeinada a base de aceptar monarquía como animal de compañía y componenda como mal menor, ganó las elecciones del 82 por goleada absoluta.
España cambió. Y por una vez para bien. Pero al poco pasó lo que pasa siempre. Los socialistas empezaron a hacer de su capa un sayo. Pasaron de la pana a la alpaca, y de paso que modernizaron la vestimenta, también arreglaron, un poco, la arcaica España heredada. Después, ya más crecidos y dueños de la situación, empezaron a meter mano en la caja y a hacerse un plan de pensiones. Y todo lo anterior sin mencionar la decisión ejecutiva que hay detrás del asunto GAL.
La izquierda se diluyó en el azucarillo del Psoe. Por el Pc pasaron toda suerte de secretarios generales a cada cual más melifluo. Incluso, conviene recordar, hubo uno, uno que ahora perora mucho desde su jubilación, que llegó a sintonizar con ese felón de la derecha apellidado Aznar. Tales pactos contra natura, con Secretarios de escasa relevancia y que nada aportaron, enterró al Pc definitivamente. Se refundó con otro nombre y aunque, existir existe, el Pc actual es un fantasma.
Pero como la izquierda, incluso la más extrema, puede ser igual de caprichosa que la derecha, últimamente se han puesto en boga partidos con idearios muy de izquierdas dispuestos a pactar, y a lo que haga falta, con la derecha más cavernícola. De tal forma que vemos a la derecha más trincona, rancia y catalana aunar fuerzas y sumar votos gracias a partidos de extrema izquierda. ¿El fin justifica los medios? Y todo ello en busca del país de Nunca Jamás. El añorado Jauja donde supuestamente habitan los Peterpanes independentistas.
Después de aquel viejo lío entre maoístas, trotskistas y eurocomunistas del Pc del que salió vencedor el Psoe, las controversias se actualizan y los líos siguen. Eso sí, ahora disfrazados con rango de Asunto de Estado. Ahora se pelea a brazo partido por la hegemonía del independentismo, y como sigamos así acabarán haciéndonos pruebas de sangre y analizando el Rh de las personas.


"El horror, el horror"

Por favor, que alguien me lo explique porque no lo entiendo. No entiendo lo que pasa con Estados Unidos, no entiendo lo que pasa con los americanos y ya puestos a no entender, tampoco entiendo lo que pasa con los socios de los americanos.
Pero, ¿a vosotros os parece normal lo que hace Trump y que todo el mundo silbe mirando para otro lado?
Pues a los europeos, a los países del G20 y a todos los demócratas de chichinabo que habitan en el orbe mundial, sí les debe parecer normal. Porque después de visto lo visto a lo mejor el anormal soy yo por pensar lo que pienso.
Porque, imaginaros que en España el Presidente del Gobierno electo llegara a La Moncloa, se repantigara y una vez puestas las babuchas dijera: a mi hija la necesito de asesora de no sé qué, y a mi cuñado (o sea, marido de hija, igual que cabrón es marido de cabra), también lo necesito como asesor.
Posiblemente alguien con buen criterio se llevaría las manos a la cabeza y le diría: Presidente eso no lo puede hacer, mejor dicho eso no lo debe hacer. Y entonces el Presidente electo, lleno de votos y de soberbia, replicaría: Cómo, que no puedo hacer qué. Yo hago lo que se me pone en los pelendengues. Ante lo cual, al alto funcionario de turno sólo le quedarían dos opciones (posiblemente alguna más, pero hablo de las legales) o dice: sí, amén, o discute con el jefe, argumenta y es despedido con una sonora patada en el culo.
Bien, pues eso es lo que pasa en los Estados Unidos de América del Norte. Allí el presidente electo ha colocado, por la gracia de Donald, a su hija Ivanka en el puesto de asesora y de baby sitter personal.
Pero como Donald es un creador de empleo nato, también colocó al marido de Ivanka en otro puesto similar. La diferencia es que la niña de Donald tendrá acceso a información clasificada y que recibirá un teléfono del gobierno a pesar de no ser empleada de la Administración, mientras que a su marido, un tal Jared no sé qué, lo han obligado a juramentarse como funcionario de la Casa Blanca.
Como diría Kurtz, el protagonista de “El corazón de las tinieblas”, después ascendido por la gracia de Coppola al cargo de coronel en su película Apocalipse Now: El horror, el horror.
Porque si esto hubiera pasado en cualquier democracia de esas que presume de democracia, caso de España, se hubiera armado la marimorena y a lo mejor Estados Unidos habría tenido que intervenir dándonos un toque en alguna recepción del embajador. Pero como la desfachatez sucede en Estados Unidos, es cosa de los americanos y de nadie más.
Así de tal guisa que, vemos a Ivanka pasear su colección de bolsos por toda cuanta reunión hay acompañada del rostro pálido de su marido.

Posiblemente ellos dos sean los asesores encargados de elegir los gayumbos del muy electo presidente. 

Sople aquí.

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Cárcel para un motorista ebrio que enseñó sus genitales a un policía en A Coruña y le dijo: «Sople» http://lavoz.gal/51z3g1 

Aclaro desde el principio: no tengo moto. Y añado: tampoco voy en moto ni me pongo como una moto.
Escrito lo anterior, y habiéndome quedado más aliviado de lo mío, manifiesto mi estupor ante esta noticia.
Lo primero, ¿es cierta? Lo segundo, ¿cómo se llama el motorista? ¿Campeón? Y lo tercero, ¿la cosa era tan grande, perdón, tan grave, como para enviar al motorista desconocido a la cárcel? Porque exactamente, ¿por qué lo envían? ¿Por enseñarle la cigala al guardia, por falta de respeto o por exceso de desparpajo? ¿Por qué? ¿O es que acaso Campeón iba lleno como un centollo y a consecuencia de la ingesta excesiva no es merecedor de seguir haciendo el cafre sobre dos ruedas? ¿Por qué? El mundo necesita respuestas.
La noticia es claramente insuficiente, ¿no? Tanto que hace dudar de su verosimilitud. Sí, porque lo mejor que puede hacer un redactor avezado ante una noticia de este tipo es exponer el tema empleando el famoso Sistema Perales. ¿Y quién es él? ¿En qué emplea el tiempo libre? Y si acaso después que desarrolle el argumento: Es un exhibicionista, que me lo ha enseñado todo.
Imaginaros la escena, canta el guardia. Responde Campeón, y… tienes película.
La la lín, una oda al cerdo.
Ya en sus mejores cines. Señora, señor, niño o niña, no coma palomitas en el cine. Venga a ver La la lin y los propietarios del cinematógrafo le obsequiaran con un cocido. Con su morcillita, con su choricito, con sus patatitas y con su verdurita. Cocido completo, y si después le paran los picoletos y le hacen soplar, no le enseñe los impúberes, no. Recomiéndole, La la lín. La precuela, antes de la secuela, del cocido.
Y aclaro para los foráneos, Lalín, es un pueblo (medio Washington) que perteneciendo a Pontevedra está yendo para Orense. Y que allí, en Lalín, se celebra la fiesta del cocido más famosa de Galicia desde tiempos inmemoriales (1968), y que yo no he estado nunca en el evento a pesar de haber ido muchas veces a Lalín; y que lo pasaréis bien. Seguro. Y que me disculpen lo lalinenses que no vaya, pero es que desde que dejé de fumar y recuperé el olfato, no soporto las aglomeraciones. La gente transpira y como el jabón está tan caro... Conclusión, no puedo ir al cocido de Lalín. Ni siquiera teniendo ganas, como tengo, de oler un buen musical.
Así que, amigas y amigos, desde aquí conmino a La Voz de Galicia, un periódico muy de derechas, perpetrado para gente de derechas y para todos los gallegos y foráneos de derechas, a dar las noticias como dios manda. ¡Coño, que sois de derechas! Un por favor. Y si habláis de Campeón, del motorista campeón, hacerlo con propiedad y escribir vuestras redacciones por el famoso Sistema Perales: ¿y quién es él?
Porque, yo no sé vosotros, pero si a este tío, a Campeón, al motorista, lo envían al trullo, yo le envío un cartón de tabaco. Palabra.

Eso sí, deseo fervientemente que no fume. 

"Nuestro Teixeira".

Yo a lo que aspiro en esta vida es que España, así en general, cuando hable de mí diga “nuestro Teixeira”.
Sí, molaría. Mazo.
Y no, no penséis que me he vuelto loco. O sea, más loco. No. Y tampoco es que hoy sufra más de envidia que ayer y menos que mañana. ¡Quia, ni de coña! Pero, ¿quién no se ha asombrado con el desparpajo que tienen los prójimos a la hora de referirse a algunos deportistas, a un par de actores y a una actriz? ¿Quién no ha escuchado decir “nuestro Rafa Nadal”, nuestro “Pau Gasol”, nuestro “Antonio Banderas” o nuestra “Penélope Cruz? ¿Hay alguien que no haya oído tal cosa?
Pues eso, ¿comprendéis ahora mi más que legítima aspiración?
“Nuestro Teixeira”. Bonito par de palabras. ¡Acojonante! Suena bien. Tanto que estoy deseando que tal cosa suceda. “Nuestro Teixeira”. Fetén. Aunque…
… ¿Eso querrá decir que le pego a la raqueta con soltura, que mido cinco metros veinte, que soy de Málaga, moreno y actúo en películas de mierda en el rol de mono hispano, que estoy casado con Javier Barden?
No, Pues no. Creo que no, que no quiere decir nada de lo anterior.
Eso significaría que las palabras promedio y gilipollas no guardan correlación. Eso significaría...
Pero, ¿por qué se dice “nuestro no sé qué” y “nuestro no sé cuándo”? ¿Por qué? ¿Es que os dan parte de sus ganancias, es que son vuestros primos, parientes o algo así, o acaso es porque son españoles y porque llevan a España en el alma?
Claro que ahora que reparo, y siendo como soy yo de natural descreído, no sé si doy el perfil para optar al olimpo que supondría ser llamado “nuestro Teixeira”. A lo mejor tampoco vale la pena el esfuerzo. No sé. ¿Para qué? Porque yo no llevo a España en el alma. Es más, no me cabe ni intentándolo. Tampoco sobresalgo en deportes ni en artes escénicas. Nada de nada. Y por lo único que soy famoso, y para eso en mi casa, a la hora de  comer y cuando está mi hija, es por tratar de sobrevivir haciendo piruetas en el alambre.
Es por eso que, siendo como soy un incapaz para las relaciones públicas, para besar trasero impropio y para reír gracia de mondongo ajeno, que tengo que asumir lo obvio: nadie dirá nunca “nuestro Teixeira”.
Triste es reconocerlo, pero esa es la realidad. Nadie dirá: “nuestro Teixeira” escribió una novela titulada Alambique, 28”.
Nadie, ni siquiera las 43 personas que la compraron y que a lo mejor incluso la leyeron.
Deo gracias.