Los sonidos de la vida.

Gloria López  Fotografía artística.

Si quieres saber el nombre del animal que arrúa, que estridula, que tautea o que crotorea, deberías leer el increíble post que en su blog escribió Carlos Lobato, profesor de biología en un instituto, y del cual adjunto enlace.
Allí encontrarás respuesta cumplida y pondrás cara a los animales mencionados por el sonido que emiten.
Porque de lo común cualquiera está informado:
Sabemos que el asno rebuzna, lo vemos a diario; que el caballo relincha, miren si no a ciertas gentes; que la cabra bala, o sea, voto, luego balo; que los ciervos berrean, mire usted pedazo-tiro; que los chacales aúllan, aun sin ser sinónimo de gaviota que sólo grazna y discursea; que las cigarras chirrían, y si no ver Estatuto y después, si hay tiempo, de los Trabajadores; que las palomas zurean, arrumacos de lo nuestro; o que las tórtolas gimen, como bien sabemos todos los que tórtolos de lo nuestro somos.
Pero también sabemos que el ulular de las lechuzas es incesante, y que las risas de las hienas nos mantienen alerta. Porque, cual lagartos que sisilan, los buitres, que sin órganos de fonación nacieron, están atentos y alerta a comer mierda ajena.
Y es que aquello de que el hombre es un animal doméstico, bien se ve. Tal que perros ladramos y lamemos la voz del amo que nos maltrata; cuáles gatos maullamos, y tales cigüeñas crotorreamos y engendramos.
Somos carne de cañón, y lo aceptamos. Obedecemos al mangoneo, domeñamos los impulsos, y cuando recibimos nuestra ración de maní, chillamos tal buenos titís amaestrados dando palmas.
Pero, en fin. Todo sea por una buena causa. Que la rueda siga girando, aunque para ello castañeteemos los dientes tal cual hámster de la vida, o acaso preferís ser asnos rebuznando en una noria.
Ay, qué cosas digo. Da tan igual, que da lo mismo. Eso sí, yo también sigo.




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