¿España, un pueblo de pelotas?

No sé yo si sacar cosas es la mejor forma de aprender del pasado. Claro que tampoco entiendo muy bien, que primero se dé y después se quite. Aunque, sí es cierto, que las circunstancias cambian al igual que lo hacen los jetas y los pelotas.
Claro que, puestos a no entender, tampoco entiendo esa manía tan inveterada que tienen algunos de ensalzar, de encumbrar y además loar, a personas por el mero hecho de ser los que mandan, por estar en el machito.
¿Acaso un político, y ahí va lo sustantivo, tiene derecho a reconocimiento por el mero hecho de ser político? ¿Y si cabrón sale, qué? ¿Hay que dedicarle calles, otorgarle honores de hijo de… su pueblo más querido, ponerle lazos, o erigirle estatuas? ¿De verdad, pregunto, es necesario practicar tamañas felaciones?
Pues sí, parece ser que sí. Para algunos se hace necesario. Es más, lo hacen con profusión y sin pensar siquiera en el mañana.
Claro que, después alguien vendrá a arrepentirse de la decisión tomada. Dicen digo donde dijeron Diego; dicen sí a lo que ahora toque, y se quedan tan campantes.  Aunque, después, incumplan la ley de cualquier memoria con conocimiento de causa y con demasiada alevosía.
La historia, esa parte de la historia que no les gusta, la esconden. Se hurta al público lo pasado, y como consecuencia de tal desmemoria, otra vez corremos la suerte de repetir tales desgracias.
Y es que, no sé yo si bien hacemos. No sé, no sé y no sé. Tampoco tergiverséis lo escrito, porque escrito lo anterior, añado lo siguiente:
El Estado debería facilitar la exhumación de todos los cadáveres que todavía hay abandonados a su suerte por las cunetas de esta España. Y debería hacerlo por muchas razones, y por dos principales: por humanidad y por hacer justicia.
Sin embargo, el ocultamiento de nuestro pasado reciente, de la historia que nos humilla, no sé yo si es tan buena idea.
A mí me gustaba ver la estatua de Franco cuando iba a Ferrol. Porque, Francisco Franco Bahamonde, nació allí.
Y si bien no hubo pueblo ni ciudad en esta España nuestra de conejos, en la que no lo nombraran predilecto o calle le dedicaran, quizá tales decisiones se tomaron por aquello de darse prisa en el peloteo.
Así que, para remediar tanto desbarre, de unos años a esta parte, todo el mundo marcha atrás da. Tan es así, que hasta los de su pueblo lo apearon de la peana, y de la estatua ecuestre cayó el vecino más ilustre, cuando convino, y al que tenían como adorno a la entrada de la ciudad.
Hablo de Ferrol, antes El Ferrol del Caudillo.
Las palomas quedaron huérfanas de cabrón sobre el que ciscarse, mientras que las autoridades de este país, ahora “plurinacional” a la par que modernito, apuestan por olvidar, o cuando menos ocultar, la historia otra vez.
Claro que ya puestos a ocultar una, que lo hagan con todas las historias que Historia son.
Al fin y al cabo, ni estamos faltos de hijoputas ni de almacenes donde esconder la desmemoria.




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