Foto de Sande publicada en La Voz de Galicia
Friqui, Jesús Carril
Sar, un personaje de mi novela, Alambique, 28, es nacido allí, en Esteiro, ayuntamiento
de Muros, A Coruña.
Pero lo primero que tienes
que saber, si quieres ir y llevarte bien con los paisanos de Friqui, es que no
debes mentarles, ni aun por lo más remoto, tal circunstancia: que Esteiro sea
una parroquia de Muros. Puedes tener problemas. Porque los de Muros son de
Muros y los de Esteiro, que también, ni de coña. Cuestión de carácter.
¿Son ustedes gallegos?,
pregunta alguien, y contesta el preguntado: Sí, señor, así es: Somos todos
gallegos menos el patrón, que es de Muros.
Lo comento porque hay
cosas que se deben de saber para ver carreras.
Y es que si ustedes
fueran gallegos, ojalá la suerte tengan, sabrían que la velocidad no es cosa ni
de coches ni de motos, aunque de tocino
pueda ser. La velocidad, pásmense forasteros todos, es cosa de carrilanas.
Y para carrilanas las
de Esteiro, de la misma forma y manera que para patrones los de Muros.
No sé yo si me explico,
tal vez no. Tampoco falta hace en demasía.
Esteiro se convierte en
un sindiós desde hace treinta años. Capital mundial de la velocidad. Velocidad
sin velocímetro traicionero, bajadas en el mismo borde del vértigo y personas
locas con sus cacharros locos. El mundo se vuelve colorido y no hay alpiste que
dé abasto a tanto pájaro.
Pero lo que tengo que
decir, así reviente:
En el principio fue el
“furquito”.
Y si la carrilana puede
ser de rueda de goma metálica, con rodamiento y prototipo de galán, el furquito
siempre es de aspecto franciscano y de rodamiento por sus parates. Diferencia
principal.
Y ahora, sin parar en
barras de revelaciones, añadiré: yo fui piloto de furquitos.
Pero no un cualquiera,
fui del tipo probador. Otro escalafón entre los matados. El ingeniero principal
solía ser Javier que, curiosidades de la vida, primo mío es. En La escudería,
además de este propio, también militaban Julio y Santi. Ambos primos míos, y
casualmente hermanos del cerebro. Todos juntos conseguimos no matarnos a fuerza
de escoñarnos a diario.
Sin embargo, pronto
abandonamos la afición. Tal que así, que yo ni siquiera fui jamás a ver las
famosas Carrilanas de Esteiro. Pero como los terremotos, aunque sean de placer,
siempre tienen réplicas, a otro gran premio de carrilanas sí que fui. A las de
Trasouteiro, cerquita de mí aldea, allá por tierras de Vimianzo, y aunque no
competí, para qué, sí que disfruté, y mas lo hice intuyendo que miles de
personas compartían conmigo sonrisas añejas de la niñez.
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