UN CANUTO DESPUÉS.

Un canuto en común después ella le dijo a él:
-       Con que gusto comería ahora una manzana.
Él se la quedó mirando y contestó:
-       Ya sabes que eso, precisamente eso, es lo único que no puedes comer.
-       No veo yo porqué, ¿por qué lo diga Él? ¿y qué fue de nuestro famoso libre albedrío? Es que me rebelan estas cosas. Las manzanas son buenas para el tránsito, Él debería de saberlo, y sin embargo, aquí me ves, en este paraíso y estreñida. ¡Voy a reventar!
Llevaba así varios días. Protestando. Ella no estaba conforme con la calidad de vida que le había tocado en suerte. Quería más. Él, su compañero, empezaba a estar harto de ella, de las manzanas y de la serpiente. Hasta el moño de las tentaciones diarias, y a menudo sólo pensaba en cambiar de sitio, de novia y de paraíso.
Pero, no lo hacía. El divorcio sale caro. Estaban casados ante la Ley de Dios. Y ya se sabe: lo que une Dios no lo separa ningún mequetrefe. Y además estaban ellos. Sus descendientes. Sus vástagos eran una fuente constante de problemas. Uno se pasaba de bueno, y el otro de malo. El uno leyendo todo el día. Haciendo crucigramas, sudokus o jugando al parchís. Y el otro haciendo barrabasadas por todo el paraíso adelante, fornicando sin fin, fumando, bebiendo, y dedicando toda su barbarie de inteligencia al sueño de recalificar el paraíso, y enriquecerse haciendo apartamentos, dúplex y adosados.
Cinco mil toneladas de cemento antes de Cristo ella tomó una decisión.
-       Si no comes la manzana conmigo a partir de ahora vas a dormir en el sofá.
-       ¿Qué dices? No serás capaz.
-       Lo soy, advertido estás.
El rifirrafe duró varios años. Hasta que un buen día él se dio cuenta de que tenía que ceder porque la urgencia había alcanzado el grado de terremoto escala 10 Richter. Algo insoportable, difícil de arreglar solo a puerta gayola.
Esa noche comieron la manzana. Él que todo lo ve interpuso demanda civil para el lanzamiento, y la serpiente procedió en autos. Los desahució con una sonrisa de oreja a rabo.
Vagaron por esos mundos de Dios, y al fin encontraron una ciudad que les dio acogida, y un ticket descuento para un comedor social. Se hartaron a comer manzanas.
El hijo bueno fue a la Universidad, se licenció brillantemente, hizo dos máster, aprendió varios idiomas, y alcanzó el grado de parado de larga duración con derecho a suicidio. Y, por el contrario, el hijo malo, el hermano malo, se presentó a las elecciones, salió elegido concejal de urbanismo, recalificó todo el Paraíso tal y como había pergeñado en sueños, y sacó a su familia de la miseria para instalarla en un ático con hermosas vistas al hormigón armado.




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