La primera vez que lo visité fue en el año 1966. Mi padre,
que a veces tenía accesos de romanticismo, me llevó en su Seat 600, ¡qué coche
más divertido!, a un sitio que no quiso precisar. Todo era campo. Cuando llegamos, después de un café y seis cigarrillos
de Jean, estábamos en medio de la nada, sobre una superficie plana, me
preguntó: ¿Qué ves? Papá, un campo y unas piedras. Se puso todo serio, encendió
otro caliqueño, tres paquetes al día, y empezó a dar la matraca:
Estoy seguro que
nosotros venimos de aquí. ¿De aquí? Sí, de ahí mismo, sígueme. Como un manso
cordero. Un niño vestido con pantalón corto detrás de un hombre narigudo y
colosal. ¿Lo ves ahora? Estábamos delante del dolmen de Dombate. Se puso a
llover. Bien. A los dos nos importaba un huevo que la lluvia nos calara,
incluso lo agradecimos, parece que hay aficiones que se heredan, y los gallegos
y el agua estamos emparentados desde hace siglos. Entramos en el interior de la
sacrosanta tumba del megalítico; en la semioscuridad que reinaba volvió a
decir:
Concéntrate y siente
lo que pasó aquí. Ni idea, ¿qué paso aquí? Pero como la imaginación siempre ha
sido un tornado que se posa en mis neuronas deduje que él esperaba algo de mí.
¿Qué digo? Papá, tengo la impresión de que aquí “hubo” enterrado alguno de
nuestros abuelos, barrunté. Salimos y debajo de lo que ya era un aguacero encendió otro apestoso pitillo, y mirándome
muy, pero que muy, serio dijo: Ves, pareces imbécil, pero si te dejas guiar por
el corazón entiendes las cosas.
No volvimos jamás
juntos. Misión cumplida. De allí, y en medio de lo que era ya un auténtico
vendaval me llevó hasta otro monte. Una vez allí retornaron los acertijos. ¿Ves
algo? Después de darle al magín concluí que en el suelo, justo debajo de donde
estábamos, había una piedra con un dibujo. Parecía que la hubieran cincelado
anteayer. Esto es un Petroglifo muy bonito, de los mejores. Aquí sucedieron
cosas mágicas. ¿Qué pasaba, papá? Eso lo descubrirás tú mismo cuando seas un
poco más mayor, pero te aseguro que todo lo que leas sobre esto posiblemente
sean equivocaciones. Tú, igual que yo, lo sabrás, lo sentirás porque nosotros
somos los últimos druidas. ¿Qué es un druida? La ración de intelectualidad me
había desbordado. Cuando dio fin al periplo fuimos a comer unos callos
excelentes a un sitio que hay en Baio. Al viejo le gustaban mucho. A mí, bueno,
sí papá, están muy ricos, pero, preferir, preferir, prefiero los percebes.
Bueno, depende. Siempre he tenido aficiones saladas, y soy tan osado que
aventuro en qué parte exacta de la costa fueron extraídos de la roca, e incluso
si son de sol o sombra. Fácil. Muchas veces acierto. Otras me engañan. No saben igual, os lo aseguro.
Al dolmen de Dombate,
ahora, le han hecho una soberbia cabaña, y en unas excavaciones de 1973
descubrieron una pintura o grabado parietal al que, los unos atribuyen el símbolo de una
cunca (taza), de un pez; y los otros van más allá y ven la figura de una
criatura del espacio. Algunos con más sentidiño lo denominan “A Cousa” (La
cosa) y dicen que es una marca anímica que representa la “retranca” y el
“depende”. ¡Córcholis! Cuando fuimos nosotros “A Cousa” estaba enterrada, de ahí su
conservación, y por supuesto, no la vimos. Pero, ¿cómo sabía mi padre que allí
había un código? Porque, lo sabía.
Ahora no dejan entrar
a ver la cosa directamente siguiendo la nueva moda de no dejar ver aquello que
quieres conservar. Igual que en Stonehenge.
En este momento tengo el grabado justo delante de los ojos, y
les aseguro que una cosa es la teoría y otra la práctica, y que la Arqueología
no es lo mismo que el Arte, de la misma manera que “A Cousa” ni es cosa, ni
siquiera el farrapo de un gaitaeiro. Es
simplemente un mensaje cifrado que quería decir algo. Os recomiendo que si
queréis saber aprendáis el lenguaje de hace tres mil setecientos años, tampoco
es tan difícil, y así sabréis o entenderéis el significado. Os sorprenderéis,
veréis que nuestros antepasados, con la lluvia que soportaban, y con los pocos años que vivían, lo que de
verdad les gustaba era el vacile y hacer el amor encima de un petroglifo.
Los niños hechos así
nacen druidas. Papá, ¿era eso? El mensaje queda pasado, otra vez.
Que rule el guasá de la prehistoria.