Había un tipo en mi pueblo que siempre decía que lo único que
nos faltaba era tener una fábrica. Una fábrica de Sentido Común. Lo decía
convencido. Todos estábamos marcados por el mismo patrón. Éramos unos rojos de
mierda, adoradores del FC Barcelona, algo mes que un club, y cuando llegó Cruyff
empezamos a vivir la épica de los grandes. No es que hiciéramos locuras, no es
que hiciéramos nada especial para ser considerados excéntricos. Las situaciones
anómalas se producían sin cesar. Sin forzar. Allí disponíamos de cuartelillo de
la Guardia Civil y ellos eran los encargados de levantar acta de cuanto desmán
pasaba. ¿Desmanes? Ninguno, simplemente se ponían quisquillosos por un quítame
allá esas pajas. Más de una vez terminé allí. Siempre era el detenido de cabecera.
Me trataban bien, cierto es, pero jugaba con ventaja. Por la dichosa casa se
presentaba mi primo, que se la tenía alquilada a los marcianos de verde, y todo
se arreglaba con una reprimenda. Ni siquiera me ponían una multa. ¿Para qué?
Los sospechosos habituales es lo que tienen. Entras por una puerta y sales por
la misma. No había parte de atrás. Mis padres nunca se enteraron de nada. Como
tenía cara de bueniño, qué gran ventaja, a nadie se le ocurría que dentro de mí
anidara la sed de la revolución. Lo que no tengo claro es qué es lo que
queríamos revolucionar. Mi actitud cantaba mucho y eso me convertía en diana.
Un verano, llevado de una pasión inaudita, no pisé la playa. Me pasé el tiempo
estival metido en un garaje restaurando una moto que no era mía. No tenía
carnet. Las herramientas las iba pidiendo según la necesidad. Cuando al final
conseguí el prodigio, sin saber nada de mecánica, y aquello fue capaz de
arrancar salí a la carretera. Inmediatamente la pareja me vio, y me detuvo. Documentación. ¿De qué?
No tenía ni el DNI hecho. Papeles de la moto. ¿Las motos tienen papeles?
¿Carnet? ¿Cuál? No tenía ninguno. No era socio de nada. Nunca seré socio de
ningún club en el que me admitan (Groucho). Al cuartelillo. Mi primo que
siempre estuvo ahí salió al quite. Pero, hombres de dios, si es un chaval. ¿A
quién hizo daño? Pero es que no puede hacer eso. El calabozo de los
hombrecillos de verde no tenía servicio y los muy imprudentes dejaron un
tricornio a mi alcance. Llenito a rebosar. Salí. Al cabo de dos horas se
presentaron en la que fue mi casa. Yo escondido, en el hórreo, y unos señores
con bigotes muy enfadados en la puerta. Ahora sí que se la liamos decían a mis
atónitas tías. Pero, ¿qué pasa? Es algo muy gordo, señoras, pero este mangarrán
necesita un escarmiento. Mis tías, que sabían que estaba en el hórreo durmiendo
entre las espigas, contestaron. No será para tanto, tengan en cuenta que este
niño va a misa todos los domingos y
fiestas de guardar. Ha sido educado en la religión cristiana y que jamás hará
nada que le cause algún mal a alguien. En la sangre lleva un código genético
que le impide ser mala persona. Por favor, hágannos caso dejen al “niño” en paz
ya verán como se corrige solo. Quién es capaz de discutir con tres viejas
guapas, que te invitan a tomar un café, o un mate, o unas pastitas, o un culín
de vino. Imposible. Ese año Cruyff y los suyos le metieron la primera manita a
los merengones. Buenos tiempos, incluso para la lírica.
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