Tendré que olvidarte. No es fácil, ya sabes, no es fácil
hacerlo. En el año 1970 mis padres vinieron a vivir en La Coruña. La primera
persona que aquí vi fue a ti. Tenía doce años. Tú ocho. Jugabas a la Mariola,
te pregunté si me dejabas jugar y me dijiste que no, y de propina, me sacaste
la lengua. Después leí Rayuela y me acordé de ti. Cortázar escribió pensando en
ti, Cortázar escribió penando en mí, en liberarme del recuerdo. Quería ser tú
amigo. Todo era extraño, todo pequeño. Venía del mar. Mi casa estaba al borde
de la mar magnífica. Cuando mi madre hacía arroz yo iba a coger los
berberechos. Era fácil. Mi amigo Cachurro estaba conmigo. Siempre estaba
conmigo. El primer día que fui a la escuela Cachurro fue quién me acompañó. Él
fue el único capaz de convencerme de ir a aquél sitio horrible. Por el camino
me dijo: “A partir de ahora ya no seremos amigos” A partir de aquí tienes que
seguir solo. Pero, ¿por qué? Porque así será. Así fue. Lo veía, le decía adiós,
le decía hola y él contestaba con un gesto vago. Llegué a La Coruña y no
quisiste jugar conmigo a la Mariola, ¿por qué?
Qué es lo que siempre hago mal. Siempre. Nunca más volví a jugar a la
Mariola. Era un juego de niñas. ¿Por qué no podía jugar a juegos de niñas con
las niñas? Mi madre antes de venir aquí fue a clases de corte y confección. Yo
la acompañaba. En aquél sitio estaba en mi elemento. Un montón de mujeres
relajadas hablando de sus cosas. Miraba aquellos escotes, aquellas piernas y
era el niño más heterosexual que allí había. Mi madre vio que me gustaba coser
y se asustó. Le dio miedo mi habilidad. Estaba intranquila porque me pinchaba,
me hacía sangre y yo no lloraba. Para que iba a llorar. Vivía en la gloria
mirando a todas aquellas generosas mujeres que dejaban que mirara sus escotes,
sus piernas. A la semana me dijo que la esperara fuera. Que no volviera a
entrar. ¿De qué tenía miedo? Desde los seis años fui heterosexual. No hay duda.
Me echó de allí, pero tenía que esperarla en la calle. Con seis años no te
dejan volver solo a casa. Rompí todos los cristales de Corcubión de la rabia.
Mi padre pagó vidrios que ni siquiera había roto. Todo el mundo aprovecha lo
que le conviene por muy mezquino que sea lo que interese.
Después llegue a Lodi y aquí sigo esperando a jugar contigo a
la Mariola. Y va y sucede. El milagro sucede. Te recuerdo en la calle. Ahora
dices sí, ahora juego contigo a la Mariola. Empezamos y de repente caigo en la
cuenta. ¿Cómo se juega a la Mariola?
Dios, me he olvidado. Podrás perdonarme algún día, pequeña
diva.
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