UNA DE TÓSPIDOS.

El otro día un amigo, un auténtico konacho, me envío un mensaje. Un emilio de esos en el que decía: …A ver si nos vemos y  tomamos unos tóspidos. Este tío que es filólogo, historiador, y trabaja para un periódico donde también publica artículos es un toca vainas. Recurrí a todos los diccionarios que en casa hay, les aseguro que no son pocos y aunque todos son míos, míos, comprar lo que se dice comprar no compré ninguno. Imagino que excepto los que mangó un propio el resto habrán sido de la gente que cohabitó en esta chabola. Se siente. No pienso devolver ni uno. La fecha de las reclamaciones ha caducado. Como escribía, recurrí al arsenal de sabiduría de la que dispongo. ¿Tóspido? En ninguno. Ni siquiera en el María Moliner. De acuerdo, seguimos al de la RAE, versión 22, el ultimísimo. ¿Tóspido? No aparece. Pero, piensa, hombre de dios. ¿Qué idiomas sabe konacho? El gallego, el español, el portugués (seguro que sí), el latín y el griego. Español no es. Gallego tampoco. Portugués va a ser que no. Griego lo dudo porque ahí sabes que me pierdo. Vayamos al latín. Después de arduas discusiones lingüísticas conmigo mismo, raíz, declinación, verbo y un sinfín  recupero los diccionarios de latín del polvo. Sí, es verdad, a esta casa hay que cambiarle el polvo por brillo. Encuentro la palabra Origo. Eso es. Un diez en la diana. Asunto resuelto. Vale, konacho. Nos tomamos unos tóspidos, aunque has de saber que me he retirado de las rubitas, cualquier día de estos me saco del tabaco y voy a empezar a trabajar la versión ultraterreno 5.3. Actualización de software.
Queridos tóspidos, si ustedes creen que les he dado la solución están equivocados. Es que no nos conocen. El Magus Perde y el Jupiter Jones cuando se ponen etéreos son capaces de jugar al ajedrez de forma telepática.
Es más nosotros cuando estamos juntos no hablamos de nosotros mismos, de nuestras familias, de fútbol, ni siquiera de mujeres. Cuando tenemos tiempo y nos hacemos unos tóspidos nos dedicamos al bootleg (Uy, perdón) como especialidad discográfica. Miren si algo se publica en el mundo sobre Frank Zappa, The Beatles, Jethro Tull y toda esa pandilla de los 60 y los 70. Incluidos los que murieron a los 27 años, nosotros ya lo sabemos y si no lo es así, nos suena. Incluso lo podemos tararear. No estoy presumiendo, al revés. Es que somos más pesados que un quintal. Espantamos moscas a golpe de conversación. A veces nos ponemos tan delirantes que nos lanzamos acertijos. ¿Tóspido? A lo mejor no es una palabra,  tal vez, un diagrama del criptograma de un jeroglífico. Hace poco le dije: Oye tú, perracho, a que no escuchaste el disco que hizo Zappa en las afueras de Berna con Vai, con Cooder y con una groupie que pasaba por allí y que se llamaba Penny Lane. Me suena, me suena. Pausa. Pide árnica, mandilón. ¿Cómo se titula el disco? En la caratula tenía una leyenda a modo de título en el que se leía: “Y a ustedes qué cojones les importa”.


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