Conozco a un tío que cuando tenía 23 años se bañaba en la
playa de Tossa de Mar siempre a las seis de la madrugada. Justo antes de volver
a casa. Llegada despejadito y dormía el sueño de los justos. En esa playa, hace
un par de años, el municipio sacó un bando en el cual se prohibía de forma
expresa hacer el amor en la playa. Cuando lo leyó en la prensa no daba crédito,
pero esta peña chunga de qué va. Supuso que eso será un aliciente más para los
jóvenes de hoy en día. En ese pueblo al que mi amigo iba todos los fines de
semana conoció a un señor, un millonetis, que le propuso un mandado. Como mi
amigo era jovencito, igual que un propio, quedó desbordado ante tamaña oferta.
Te vuelves a Galicia y me montas una serie de historias. ¿Juegas al tenis?
Creo, que el colega había jugado media docena de veces, y eso exagerando. Allá se
fueron. Te voy a dar una paliza. Imagino, pensó mi amigo. Pero a aquél tronco
siempre se le dieron bien, muy bien los deportes, y ante los piques era de los
que lo dan todo. En el primer set el millonetis lo arrasó. El sparring estaba
pillando mandanga. En el segundo, superficie dura, empezó a llegar a todo, a
devolver cañonazos, a coger el toque. El millonetis loco de contento. ¿Media
docena de veces? Imposible. Tú, tienes que trabajar conmigo. El colega también
perdió el segundo. Entonces decidió sacar los espolones y después de pegarse
una enorme rascada de huevos va y le dice al patrocinador. ¿A esto se puede
jugar a cinco, verdad? Claro. ¿Qué? Bien, a cinco. El tercero se ladeó
ligeramente, en el cuarto el fiel de la balanza se inclinó, y en el quinto impartió una lección magistral
de tenis al millonetis, a los concurrentes, la clac habitual de millonetis, y a
toda la santa parroquia congregada. Ya en la ducha. El millonetis volvió a la
carga. ¿Qué, aceptas o te rajas? De acuerdo y me pones un coche, que no tengo.
El colega volvió a las tierras y se acabó la morriña, volvió a ver a su novia y
se acabaron las arenas movedizas de Tossa. Montó historias aquí, allá, y un
poco más lejos. ¿A qué te dedicas? Le preguntábamos. Ya sabes, un poquito de
esto, un poquito de aquello, casi todo ilegal. De ahí no lo sacábamos. El
colega trabajaba 16 horas al día. Los sábados también estaba en la oficina, en la carretera, o haciendo el canelo. Un
epicúreo convertido en un asceta, en un deportista de élite. Aquello no podía
durar. En ese tiempo conoció a alguna persona muy importante y de uno se hizo
muy, pero que muy amigo. El nuevo muy mejor amigo de mi amigo era mucho más
mayor que él, y una noche de langosta y albariño le hizo una confidencia.
¿Sabes que fui directivo del Real Madrid? Joer, no. Sí, con don Santiago, qué
tiempos. Don Santiago era tan generoso que aún sabiendo que su equipo iba a
ganar, porque eran los mejores, en alguna ocasión soltaba, de forma
conveniente, medio millón de pesetas al árbitro. No compraba nada, lo hacía por
educación, por deferencia, porque era un señor. El colega, ¿se nota que te
quiero, no?, le contestó, y usted sabe otra. No, el qué. Mi padre una vez fue a
pescar ballenas con don Santiago, por los mares donde hubo una factoría y cuando llegó
a casa y lo contó le pregunté, pero papá, ¿tú eres del Madrid?. Mi padre sonrió
y contestó: Hijo, en ese barco el único que había del Real Madrid era don
Santiago, todos los demás andábamos espantando ballenas y las que avistamos
llevaban en el lomo los colores del Barça.
¡Visca el Barça!
No hay comentarios:
Publicar un comentario