Desde el principio de los
tiempos el hombre siempre ha tenido la misma obsesión: Dios.
Hay corrientes filosóficas
dedicadas única y exclusivamente a demostrar su existencia, otras encaminadas a
conseguir lo contrario, y otras, como el agnosticismo, que ni creen ni descreen,
que nadan y guardan la ropa.
Después de siglos los
científicos tampoco han demostrado nada, ni a favor ni en contra, de forma definitiva.
Pese a ello los “creacionistas” son inflexibles y siguen a pies juntillas las
teorías inspiradas en doctrinas religiosas según las cuales el Universo y los seres
vivos provienen de actos específicos de creación divina. En el lado contrario,
y más avalados por la ciencia, se sitúan los evolucionistas, y para ello
exhiben la Teoría de la Evolución.
Lo que si parece ser cierto,
y a estas alturas no discutible, es que el hombre, desde que es hombre, ha
necesitado de Dios o al menos aprehender su idea para caminar por la vida. Unos
lo usan como sostén, otros como ayuda, y todos a la vez como arma arrojadiza.
Curiosamente las religiones,
todas las religiones, que en este mundo hay,
tienen frecuentemente bases similares. Tanto en cultos, como en leyendas,
como en representaciones iconográficas.
Está claro: el mundo necesita
de Dios o al menos de la idea de Dios.
Porque Dios sirve de
consuelo, de referente, de modelo. Ofrece paz, estabilidad y posibilidad de
vida eterna, o reencarnaciones recidivantes, dependiendo de la doctrina que
convenga a cada cual. Dios es usado bien como látigo, bien como bálsamo. La
idea de Dios sirve para todo, de alguna manera explica el mundo, y de alguna
forma hace de faro para millones de personas diseminadas a lo largo y ancho del
planeta Tierra.
Parece ser que necesitamos
un Ser Supremo que nos guíe y nos ampare.
Si Dios fuera hombre podría
ser un programador, y si el Diablo existiera sería un fiscal redimido haciendo
el papelón de Abogado Defensor de Dios.
Sus designios son
inescrutables, caprichos de Programador que no entendemos, porque éste Gran
Programador ha instalado una aplicación en el Universo, rige caprichosamente el
destino de la Tierra, y los humanos, dentro de este Gran Plan, no seríamos más
que bytes dentro de Su Gran Programa. Toda nuestra realidad no sería más que un
efecto virtual. Y en este caso Dios el Programador, ocuparía el rango de Gran
Dictador. El Diablo, el fiscal caído, sería abogado defensor, y la Virgen María
un vientre necesario para albergar el fruto de Su concupiscencia virtual.
Y como alguien siempre tiene
que ser siempre el primero para San José Dios reservó el papel secundario de
ser el primer cabrón virtual de la Historia de la Humanidad.
DC, por supuesto.
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