Todos los entrenadores del
mundo se hacen la misma pregunta llegado el momento: ¿cómo se puede parar a
Messi? Valverde no fue la excepción. Intentó una respuesta, y puso a Balenziaga
de perro de presa. Marcaje al hombre. Como en fútbol no se usan guantes de
boxeo, ni tiro con arco, ni tampoco armas de fuego, usó el recurso de las
patadas. Patadita por aquí, recadito por allá. Messi se picó, algo inhabitual
en él, e hizo lo que único que deben hacer los grandes: dar una lección.
Impartió una magistral; rompió la cintura de Balenziaga, después de otros
cuatro más, dribló, levantó la cabeza, y acabó poniendo el cuero que llevaba
pegado al pie donde quiso: en el fondo de la portería. Ángulo imposible,
eslalon gigante y todo ejecutado a la velocidad del sonido. A años luz de
cualquier otro. La comparación de Messi con cualquiera siempre confirma el
mismo resultado: las comparaciones son odiosas. Messi está a años luz. No
admite comparación. Si alguien ha visto algo siquiera parecido anteriormente
que lo diga, o mejor aún: que calle para siempre.
Messi jugó diez minutos.
Suficientes. Después vegetó por la banda, se dedicó a dar pases medidos, eso
que ahora llaman asistencias, y se acabó el pique. Incluso Balenziaga se calmó.
Se rindió a la evidencia, y dejó de motivarle.
El Atlético de Bilbao fue un
gran rival. Estuvo a la altura de las circunstancias. Lo intentó. Coraje, valor
y deportividad. Justo lo contrario de la actitud de Neymar Jr, cuando a falta
de cuatro minutos para la final intentó una floritura, le salió un churro, y
casi se lleva una ristra de tortas como premio.
Pelillos a la mar. Lo que
pasa en la cancha se queda en la cancha. El fútbol es un deporte de once contra
once donde siempre ganan los alemanes. Lo dijo Gary Lineker, un inglés. Los
inventores del fútbol, algo sabrán. Claro que en su época todavía no jugaba
Messi a la pelota, que sino bien podría haber dicho: el fútbol es un deporte de
once contra once donde siempre gana Messi.
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