Ayer esto fue un desfile. Un no parar. Un vivo sin vivir en
mí. Sobre las diez de la mañana se bajaron de un avión un catalán, un inglés y
un japonés. Había hecho los deberes. Estaba duchadito. Mejor traje, mejor
corbata, última moda del año 87. Pedí un coche prestado, de esos buenos haigas
que se gasta alguna peña. Y allí estaba con una sonrisa de oreja a oreja para
recibir a los recién llegados. Inquietante. Al catalán ya tenía el gusto. Nos
dimos un abrazo y me presentó a los otros dos. Vamos a un hotel a trabajar, a charlar. No sabía a qué venían. A lo que
venían tampoco es relevante. Vinieron para irse, es lo único que puedo decir de
ese tema. Llegamos al hotelazo y le tiro la llave al aparcacoches, y una moneda
de un pavo con la que casi lo dejo chosco. Que se vea que soy rumboso, ea. Entramos
y habían reservado un sitio, así en plan oficina. Mesa, teléfono, fax, bebidas
y caramelos. ¿Qué? ¿Cuándo empieza la sodomización? Tranqui, tío. La gente así, de alto standing
(manía con el barbarismo) ahora está muy colega con el idioma, troncos. Patatín,
patatán. Las churras no son lo mismo que las merinas, que no es igual dos tazas
de té que dos té tazas, que no es lo mimo el alcalde de Zalamea a que se la…
Soporífero. Me aburro. El inglés, el que administra la pasta, sale nazi. Bueno,
es una opción. El japonés está todo el rato haciendo mohines y el catalán
calladito. Yo, calladito. A ver si pillo, que no me entero. Circunloquios,
elipsis y viste esa paradoja, sí, pues ahí me meto. El japonés me dice varias veces
su nombre pero no lo retengo. Le interrumpo y le digo. “Mira, verás, para mí es
muy difícil hablar con alguien de quién no sé su nombre. Si ya se que lo has
dicho varias veces, pero… ¿te importa si te llamo Nagasaki? El catalán
despierta. Los ojos como platos. El nazi aplaude en su interior. Y yo arqueando
una ceja, y mirando para Nagasaki. Nagasaki, el más jefe, responde. Si estás
más cómodo estoy de acueldo. Y me hace un mohín. Aquí hay algo raro. Sigue.
Este tío es el rey de la perífrasis. Y de repente caigo, algo me interior, el
abanderado, dice algo. Lo he pillado. Miro al catalán, me rasco el pelo, por su
lado, y lo hago con el dedo medio. Ya saben haciendo qué. El catalán que nació
siendo listo lo pilla a la primera. Escorzo, lo miro, y con la mirada le digo:
“Echa una mano” Digo no, en pianissímo. Piénsalo, piénsalo. Aparece el catalán
a escena, ya era hora, macho, y como es el más listo de todos los que estamos
sentados en esa mesa, empieza a llevar las cosas al huerto. En el aire, pero
solucionado. Me ha proporcionado un plan de fuga. El japonés se levanta a
orinar. El inglés se pone una cervecita fresquita y el otro me dice por lo
bajini. El japo es una tía, ¿Qué te pasa? ¿Consumes drogas o qué?
Hora de comer. Al ataque. Hambre voraz y como es de patilla a
la mejor marisquería de la ciudad. Es difícil elegir. Les propongo ir a un
sitio, a veinte kilómetros, donde hacen el mejor arroz con bogavante del mundo,
pero el coche no está. ¿Dónde está el coche? Aparece un portero todo uniformado
de vampiro rojo y me informa que el tío al que le tiré la llave en realidad era
un chuta que pasaba por allí. ¿Qué dice usted, hombre de Dios? Lo que oye,
estuvo por añadir algo más el muy chulito, pero se contuvo. Vale comemos aquí.
Nos sentamos el japo, ahora japa, sigue con sus mohines. Pues
sí, puede ser si sacamos el bigotillo, las piernas arqueadas, ese pelo tan
corto y ese pecho tan liso. Si, puede ser una tía. Nagasaki Sam. La empiezo a
mirar con arrobo. El nazi ya está empezando a ser normal. Circula con tres
paints de cerveza y eso a los ingleses los iguala. El catalán se ausentó. Va a
dormir la siesta, que lo conozco. Pilla un sándwich y hala al sobre una horita,
y que se encargue el mandilón. Los mohines van in crescendo. Saco el ordenador,
envío un par de mensajes, y busco en el Youtube algo con lo que impresionarla.
Rápido, rápido. Ya está: El Fary. La mandanga. Clico y en aquél absurdo lugar,
con unos cuántos pijos alicaídos haciendo de figurantes suena La Mandanga. El
nazi chisporrotea, la japa enloquece y empezamos a hacer castañuelas. En
Galicia, con un par. Viene el dueño, el maitre, el malafollá, y me dice
discretamente “Por favor… señor” Uy, disculpe no me había dado cuenta. Voy al
Youtuve, rápido, rápido y la encuentro. Me levanto, le doy un toque a un vaso,
capto la atención y digo “Les ruego a todos ustedes que me disculpen
encarecidamente” Me siento clico y sale Tocata y fuga en mi menor de Bach.
Quince segundos. Apago. La japonesa tiene que ir al tocador, dice dedicándome
en un largo mohín. El nazi ya está borracho. Al poco me levanto y en diez
minutos, velocidad de tren japonés, llegamos a Hiroshima. Me cliquean las
piernas. Aparece el chuta en el restaurante y me dice “Buá, tio, iba de naja, y
llamó el turuta, ya sabes el Judas y me dijo hay un anónimo que dice que le
devuelvas el haiga. Lo siento, pibito, tenía que llevar a la ja a que paseara
al chukel”. Se vuelve a la japa y le suelta “tía, soy el Richar, trabajo en
homeopatía”. Deprimente, el Richar pilló a la primera. Me estoy haciendo viejo.
Al de la SS ni lo miró. Espera que te regalo algo, Richar. Voy
al maletín y le doy “The very best of the Fary”.
Estoy agotado, disculpen. Me siguen temblando las piernas.
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